miércoles, 27 de abril de 2016

LEER CUENTOS


Nunca he podido dedicarme a un solo libro a la vez;  casi siempre tengo como plato fuerte una novela mediana o larga —mayor de 300 páginas—, al tiempo que voy picoteando un par de ensayos, dos poemarios y varias revistas electrónicas.  Una novela tiene un solo eje que vertebra el argumento, y aunque la abandone y luego la retome, siempre logro orientarme sobre lo que sucedía en la última lectura.  Los poemas y las revistas no dan problema porque suelen ser textos cortos  —aunque hay poemas de dos párrafos capaces de enredarnos una noche entera—.  Y los ensayos suelen ser textos fríos que van más a la mente que al corazón, por lo que permiten ir y venir sin remordimiento.
            A pesar ser un lector tan promiscuo, cuando leo relatos me dedico a un solo libro.  A ellos no puedo combinarlos con otros congéneres, ni siquiera dos relatos del mismo autor a la vez.    
No creo que piezas memorables como La Nieve, El Retorno, Carnet de Baile  o el célebre Últimos atardeceres en la tierra puedan leerse de corrido, y al final de una tarde de lectura uno haya captado la esencia de Bolaño como cuentista.  Lo mismo  me pasa con Raymond Carver: después de algo tan contundente como Una cosa más, no podría volver por otro golpe en la quijada.  Tampoco puede pasarse por alto el nudo que genera el mejor Gabo en Solo vine a hablar por teléfono.  La lista podría continuar con Quiroga, Hemingway, Cortázar, Julio Ramón Ribeyro o Juan José Arreola, llegando hasta la actualidad con Samanta Schweblin, Etgar Keret o Alejandro Zambra.  Todos ellos, conocedores de la técnica, saben helar al lector o dejarlo con ganas de más.  Y cualquiera de estos dos efectos merece paladearse por algunas horas, cuando menos. 
Por eso me asombran algunos que dicen: “anoche me leí los cuentos completos de Fulano”. Me pregunto si les habrá quedado algo, talvez una vaga idea de lo leído, sin poder recordar a fondo ni uno solo.
Los cuentos deben leerse de uno en uno, y en caso extremo, uno en la mañana y otro en la noche.  No más.   Ellos funcionan de un modo distinto a otros géneros literarios. Cuando están bien escritos, brindan un placer sui géneris;  luego requieren de un tiempo muerto para recuperarse e ir por más.