domingo, 11 de julio de 2021

Aire

 

 

El abordaje de la vía aérea ha sido siempre una maniobra de gran apoyo para alcanzar la sobrevida de un buen porcentaje pacientes críticos.  Veinte siglos antes de nuestra era ya existía el concepto. Tanto en casos de obstrucción por cuerpo extraño, deformidad o heridas de guerra, los médicos de Egipto, India y Roma estaban familiarizados con esta práctica.   

            En siglo XVI de nuestra era, los documentos médicos describían dicha maniobra como un “procedimiento escandaloso digno de un carnicero”, hasta que André Vesalius experimentó el abordaje traqueal a los cerdos como un primer intento, y después Trosseau documentó más de doscientas vidas salvadas por traqueostomía en la epidemia de difteria que afectó a Francia a mitad del siglo XIX. El mayor desarrollo vino con las grandes guerras del siglo pasado, y en los años cuarenta Macintosh y Miller patentaron el laringoscopio moderno. Desde entonces, el acceso a la vía aérea y la respiración asistida han sido un pilar en el  manejo de pacientes críticos, y han adquirido una importancia cardinal en la situación actual.

            La progresión natural de la enfermedad en algunos pacientes hace que un número importante de casos no salga adelante a pesar contar con todos los medicamentos, equipos médicos, instalaciones y a pesar de estar en manos de personal capacitado, recurso indispensable y el más faltante de todos.

            Así, las mediciones anatómicas de la laringe y la tráquea para colocar el tubo más adecuado, la conexión al ventilador, los cálculos de volúmenes de oxígeno, el drenaje de flemas y demás secreciones respiratorias, o los análisis para detectar posibles infecciones, que en otros contextos son expectativa de vida, van engordando una bola de nieve que resulta casi imposible evadir según progresa la enfermedad.  La intubación y la respiración asistida dejan de ser una expectativa de vida y parecen convertirse en una premonición inexorable de muerte.    Es remotamente probable que un paciente que “cae” en ventilación mecánica por coronavirus logre desconectarse. El daño pulmonar producido en primera instancia por el virus, luego por la descarga inflamatoria que genera, y por último, debido a las múltiples infecciones que se adquieren en el área de cuidado crítico, así como por los fenómenos trombóticos, hemorrágicos, digestivos y cualquier cantidad de complicaciones, hacen dudar a la hora de decidir si intubar o no al paciente para conectarlo al ventilador.

            ¿Hay que dejarlo ir a la primera?  ¿Es sensato invertir tiempo, recursos y energía en una causa 99 por ciento perdida? ¿Vale la pena limitar los cuidados del paciente al último afeite y al recorte de pelo, o someterlo a una lucha probablemente infructuosa que solo provocará mayores complicaciones hasta recibir, a cambio del pariente que se dejó en la emergencia del hospital, un cadáver irreconocible?

El tubo orotraqueal, otras veces considerado un mástil para aferrarse la vida, parece erguirse como un tiro de gracia a un enfermo desahuciado.