La
muerte de Edgar Allan Poe en 1849 es un parteaguas, haciendo ver que, en
Estados Unidos, la primera mitad del siglo XIX había estado reservada para el
cuento y que la segunda sería para la novela. En 1850 Nataniel Hawthorne, ya consagrado,
publica La letra escarlata, y ese mismo año conoce a Herman Melville. El
alumno recibe la estafeta y asume la responsabilidad publicando, en forma
consecutiva, Moby Dick (1851), Pierre o las ambigüedades (1852), Bartleby
el escribiente (1853), Las encantadas (1854) y Benito Cereno en
1855. Tanto trabajo le pasa
factura. Al año siguiente vuelven a encontrarse
en Liverpool, Inglaterra, y Hawthorne anota en sus diarios que le preocupa “el
estado enfermizo de la mente” de Melville. No volverán a verse.
***
Más
allá de todo lo que pueda encontrarse en los textos de Melville, lo más
destacable es su ritmo de trabajo. Empezó
la escritura de Moby Dick en febrero de 1850 y logró publicarla a mitad
del año siguiente, primero en Inglaterra como The Whale, y un mes más
tarde en Estados Unidos con el título definitivo. Defraudado por no conseguir el efecto que
esperaba y por ser catalogado como un libro blasfemo, en el otoño del 51
empieza, con más ambición, Pierre o las ambigüedades. Aquí busca ahondar
en la psicología de sus personajes, y al terminarla está convencido de que esta
vez sí se trata de una obra notable. La reacción es la peor posible: la primera
reseña en el New York Day Book tiene un título demoledor: “Herman
Melville loco”. Algunos críticos podrían validar hoy el adjetivo lapidario para
calificar una novela que para algunos es la perla oculta del autor, pero para
la mayoría resulta pueril, incestuosa y desbordada, que recuerda a Los dos
templos, su primer cuento, publicado en 1839.
***
Billy
Budd, obra inconclusa y de publicación póstuma (1924), presenta a Billy, acaso el
personaje más entrañable de Melville después de Bartleby. Este describe al
capitán del barco como “un lobo marino que a pesar de toda la dureza y el
peligro de la vida naval, nunca ha perdido el instinto natural del disfrute
sensible”.
Según avanza, la historia va introduciendo
personajes, oscuros la mayoría, que se aprovechan de la bondad de Billy hasta
llevarlo al desastre. La muerte súbita de
Claggart por una imprudencia de Billy, el juicio basado más en la moral que en
los hechos, pero sobre todo la luna llena que acompaña al condenado en sus
reflexiones previas a la pena de muerte, parece inspirar a Albert Camus para
concebir a Mersault, otra víctima de un juicio hipócrita en El Extranjero.
***
Bartleby,
“el más triste de los hombres”, hechiza al lector ─jamás olvidaré el escalofrío
que me produjo la primera vez que la leí─ y a los personajes de la
historia. Hay un fragmento memorable
donde tanto el abogado que contrata al escribiente, como Nipers y Turkey, sus
asistentes, ríen y se enfurecen al mismo tiempo tras reconocerse dominados por
la jerga de Bartleby, repitiendo diez veces en una misma conversación el verbo
favorito del escribiente (preferir: rather en inglés).
Bartleby, en su inexplicable e incomprensible
tragedia, prevé la soledad y el desahucio que ocuparán el alma del hombre en los
siglos XX y XXI, que intenta sin éxito paliarse con los placebos mentales que nos
desbordan en la actualidad.
***
En una
carta fechada el 1 de junio de 1851, Melville se lamenta no poder concentrarse
a trabajar en su Ballena ─nombre que daba al borrador de la que sería su
obra más famosa─, al tiempo que ha pasado tanto tiempo dedicado a lo que,
prevé, será otro estropicio, por culpa de su afán por escribir “un libro
moderno”.
Escritor asiduo de cartas durante toda su vida ─por
desgracia solía quemarlas y solo se conservan trescientas─, se excusa
con su hija por la mala caligrafía, producto del balanceo del barco en el que
escribió muchas de ellas a lo largo de sus viajes en los que, opuesto al
intelectual neoyorquino actual, tuvo ojos para América Latina ─sus textos repasan
estancias en las Islas Galápagos, Tierra del Fuego y en las costas de Río de
Janeiro, Valparaíso, Lima y México─, aunque la mala letra también puede
atribuirse a la embriaguez que dominó la mayor parte de su vida.
***
Para Harold
Bloom, Moby Dick abre la saga de la tragedia reversionada en
Estados Unidos, seguida por Mientras agonizo de William Faulkner y
Meridiano de sangre de Cormac McCarthy. Aquí cabe todo: relato de viajes, evocación bíblica, tragedia
clásica, crónica del descubrimiento homosexual, manual de taxonomía cetácea,
disertación en tono profético, alegato contra las religiones, canto a la
supervivencia ante la adversidad inexorable, así como elegía a lo poco de humanidad
que aún queda en el ser humano. Y en su estructura brinda cátedra sobre la
cadencia para alternar frases largas y cortas, al tiempo que sirve de manual
sobre cómo utilizar con precisión el punto y coma. Exagerada desde el arranque con sus setenta y
nueve epígrafes, y capaz de soportar todas las lecturas y simbologías posibles,
toda la historia converge hacia una alegoría de la relación filial del mal
entre el capitán Ahab y la ballena: “Acumulaba sobre la blanca joroba la suma
de toda la rabia y el odio generales sentidos por su raza entera desde Adán”
(capítulo XLI).
Más allá de todas las interpretaciones, Melville
resulta visionario dentro de su propia novela.
A pesar de la zozobra económica, emocional, familiar, laboral y
alcohólica que lo embargaba mientras escribía, en el fondo estaba consciente
del calibre de la obra que tenía entre manos. De reojo nota un vacío histórico
y se inserta a sí mismo (capítulo XXIV) para ocuparlo en la historia de la
literatura: “Dirán que la ballena no tiene autor famoso y que su pesca carece
de un famoso cronista”.
Publicado en El Acordeón el 11 de agosto de 2019.