domingo, 21 de marzo de 2021

Quinto domingo

 

 


Llevo varios años con una manía:  cada vez que veo una foto de mi ciudad, intento identificar la calle y avenida donde se ha tomado, sobre todo cuando son fotos de procesiones de Cuaresma.  Esto les otorga un ingrediente extra:  identificar el cortejo, año, hora y fecha, y a veces, si creo haber presenciado el momento, puedo aventurarme a adivinar la marcha que sonaba.  Si acierto, puedo extenderme aún más para saber con quién caminaba, y envío un pensamiento al amigo ausente este año. El desafío aumenta cuando son fotos antiguas, sobre todo si son blanco y negro, por los cambios de color y arquitectura según las décadas.

            Anoche, por ejemplo, supe de la rifa de una foto gigante de Jesús de San Bartolo, el nazareno en cuclillas que debía procesionarse hoy.  La imagen fue tomada sobre las once de la mañana del quinto domingo de 2019 mientras sonaba "La fosa" de Santiago Coronado. Di con el año por la túnica lila que vestía la imagen, y con la ubicación por el fondo de las columnas barrocas de las ruinas de Santa Clara. El fotógrafo la capturó desde la terraza de la casa de la familia de Fito Polanco, en la segunda avenida sur y sexta calle "A" (más fácil, en la terraza del actual Banrural).

Hoy esto se ha hecho un ejercicio mucho más frecuente por la proliferación de imágenes disponibles en los buscadores de internet, sobre todo en el quinto domingo de cuaresma. Los antigüeños nos vemos abrumados por la cantidad de visitantes que acuden a la ciudad en esta fecha, al punto que muchos colegas cucuruchos y muchos devotos han optado por no participar de esta procesión, tanto los que visten de morado en filas como los que participan desde las aceras.  El motivo, común entre ambos grupos, es la imposible cantidad de devotos que acuden a la ciudad, exacerbada por la mala gestión de parqueos, servicios públicos, accesos de entrada y salida del casco de la ciudad, que jamás han sido prioridad para ningún gobierno municipal.

Durante muchos años mantuve, para esta fecha, el rito de acercarme a la iglesia para presenciar el inicio de la procesión, a mediodía cuando era niño, luego a las diez, a las siete y ahora a las cinco de la mañana, para escuchar “La oveja de Jesús de San Bartolo”, segunda marcha de la imagen de hoy y que suena en la plazuela de la iglesia. Esta tiene un valor extra en mi familia, pues Carlos René González, hermano de mi abuelo y apodados “Chivos” ambos, era muy devoto de este nazareno, y Rafael García Reynolds dedicó la melodía a esa devoción. Además del horario difícil, la estampida de devotos, devotas, alfombras y comerciantes de todo tipo hace imposible el acceso.  Tuve que dejar la tradición familiar y escuchar la marcha por la radio.

Los miles de devotos “bartolecos” (ayer supe que los capitalinos devotos a Jesús de San Bartolo ya se autoetiquetan de esta manera) han desplazado a los devotos antigüeños, que de veras son escasos hoy, y participar de la procesión es una odisea, ya sea para tomar una foto, para escuchar una marcha fúnebre o incluso para cargar, pues el anda de ochenta ha sido ajustada para noventa cargadores, convirtiéndo el turno en un encuentro cuerpo a cuerpo con el cargador que va adelante y el que va atrás.

¿Puede hablarse de crecimiento o explosión demográfica/comercial en los eventos tradicionales?  ¿Es válido alegar por la pérdida de la esencia de las celebraciones de mi ciudad? ¿O peco de chovinista evocando quintos domingos de otra época?

            Por dicha, esta procesión ha abandonado un desliz lucrativo que durante varios años hizo que se vendieran turnos en cuadras especiales, rompiendo la tradición antigüeña de cargar por devoción y jamás según el poder adquisitivo.  Hoy, los organizadores han dejado de lado ese episodio y han instituido de vuelta la homogeneidad entre los cargadores, además de retomar el uso del capirote, elemento  que distingue al devoto antigüeño.

            Para evitar (parcialmente al menos) el tumulto, y para no privarme de vivir este domingo, yo suelo incorporarme después del atardecer, cuando el cortejo se acerca al parque San Sebastián y acompaño por el Chajón, la Calle Ancha y de nuevo a San Sebas, donde ya empiezo a ver más caras conocidas. De acá, la ruta por la sexta avenida y el paso por la quinta calle final hacia el Cementerio San Lázaro son momentos de encuentro de muchos antigüeños que, aun si teníamos que cargar en la mañana, preferimos vernos a esta hora para vivir las últimas horas de actividad cuaresmal para iniciar, al domingo siguiente, la esperada Semana Santa en la ciudad.   

domingo, 14 de marzo de 2021

Cuarto domingo

 


Mi cuarto domingo de cuaresma siempre empezó temprano.   Era el día que mi abuelo y yo dedicábamos a la ronda de inscripciones para las procesiones de la Semana Santa.   Pasadas las siete, salíamos caminando hacia San Felipe, al norte de la ciudad, para estar a las ocho en punto en la puerta del salón bodega de la hermandad y ser los primeros en inscribirnos.   Es un rito hermoso:  hacer la fila, saludar a los amigos/socios de la hermandad, preguntar si habrá alguna novedad en el recorrido o los horarios, y curiosear, a través de las cortinas negras, algún adelanto sobre el adorno que ya se está trabajando adentro de la bodega. Y cuando uno es muchacho hay un ingrediente extra:  pasar al cartabón para medir cuánto ha aumentado la estatura al hombro desde el año pasado, para escalar en el número de tanda y cargar en una hora y cuadra distinta.   Con los años, la emoción se invierte al notar que la estatura no aumenta sino disminuye.

            Hoy, el crecimiento de la población devota a Jesús de San Felipe hace difícil ser los primeros de la fila.  El último año que me inscribí, no pude hacerlo al primer intento pues la fila era larguísima por cincuenta nuevos cargadores para Jesús Sepultado que hicieron el viaje en bus desde Cobán expresamente para comprar su turno para el Santo Entierro, y debí volver una semana después.   

            Después de tener los recibos que utilizaríamos para obtener nuestros turnos el mediodía del Viernes Santo, caminábamos de vuelta por la carretera, pasábamos saludando a doña Elvia, maestra costurera de túnicas en la esquina de la antigua Platería, desayunábamos un pan con chile relleno y bebíamos una horchata (yo) o un súchiles (él) junto al Club Antigueño,  y después de cruzar la colonia El Manchén, atravesábamos la esquina de Elisa Martinez para llegar a La Merced y repetir el mismo proceso de más temprano, para adquirir los turnos que utilizaríamos Domingo de Ramos y Viernes Santo de mañana:  saludos, pago, medida al hombro y toma de datos en la máquina de escribir, ahora en computadora. 

            Los recibos los conservaba él en un lugar secreto, y solo me los daba el día de la procesión.    Hoy, él ya no está, pero su caminata y sus anécdotas me acompañan tanto en Cuaresma como el resto del año.

            Sobre las once volvíamos a casa.  Bebíamos algo y caminábamos de prisa hacia la aldea Santa Ana, al sur.   Aunque él nunca fue cargador de esta ni de otras procesiones de los domingos de cuaresma, siempre presenciaba la salida de este Nazareno, al tiempo que tenía una reunión familiar con sus hermanos para calentar los motores de la temporada. 

            La procesión de Jesús de Santa Ana es la única que hizo valer la pena el retorno de Luis Cardoza y Aragón al volver a vivir una cuaresma antigüeña tras muchos años de ausencia. Después de este domingo, el resto de procesiones le parecieron superfluas, faltas de corazón y dadas a la pompa, más preocupadas de ganar multitud de cargadores y alejadas de la esencia tradicional (qué diría hoy, setenta años después, con la proliferación de ventas de poporopos y boutiques ambulantes que abren muchos cortejos).

La procesión es elegante en su adorno y siempre va bien acompañada por la banda de Carlos Gómez, vecino de la aldea. El Cristo aparenta tener el pelo corto, pues no usa cabellera postiza sino labrada sobre el cráneo de madera, y tiene ojos verdes, rasgo atípico entre nosotros.  Después de recorrer los callejones estrechos de la aldea, cuesta arriba hacia el cerro del Cucurucho, vuelve hacia abajo en dirección a la ciudad, a través del puente de Belén, cuyo empedrado luce, además de las típicas alfombras de flores, pino y arena (una peculiaridad esta última, poco frecuente pero muy bien lograda aquí), el adorno natural de los pétalos de jacaranda. 

            Es mediodía y hace calor.  Hoy, muy lejos de Santa Ana, pienso en el pepián de tres carnes (res, pollo y cerdo) de don Carlos y doña Noemí, en las picositas preparadas en la casa de Ixmucané y familia, y en los mejores chocomangos que he comido en la vida:  maduros, dulces y jugosos, seleccionados con esmero para sumergirlos en una olla de  chocolate líquido y bañar en ella, una y otra vez, las lascas de mango empaladas, hasta sacarlas goteando varias capas de cobertura oscura que invitan a comer más de una y morderlas hasta que dejen algunas fibras de la fruta insertadas entre diente y encía. 

domingo, 7 de marzo de 2021

Tercer domingo


Jocotenango, al norte de La Antigua, acoge la primera gran procesión de la temporada.  El municipio funciona como dormitorio que aloja a miles de personas que viajan a la capital para trabajar cada mañana, lo que ha contribuido al crecimiento de la procesión en la última década hasta tener un gran número de devotos propios de la imagen.  Los organizadores (hermandad se le llama aquí al grupo coordinador de la procesión) corresponden a la fe local al recorrer buena parte del municipio entre la primera hora de la mañana hasta pasado el mediodía: podría decirse que no es una procesión antigüeña sino una que sale de su parroquia y visita a los fieles de su comunidad antes de dirigirse al casco de la ciudad.  

Las alfombras jocotecas merecen mención aparte, tanto por su colorido como por su imaginación para hacer proyectos más allá de los mosaicos con juegos de color.  Aquí incluyen castillos, cascadas y piletas, mecanismos móviles a través de cadenas de bicicleta y réplicas de procesiones de años pasados. 

            Es un anda de ochenta y dos brazos tallada por ebanistas del municipio (salud, Chico), cantidad ya respetable que podría crecer aún más si no fuera por las esquinas estrechas de la ciudad que impiden que sean más largas, lo que sería muy beneficioso pues permitiría a todos los devotos cargar más veces o hacerlo más temprano a través de cohortes mayores en cada cuadra.

El recorrido es largo, sobrepasando las doce horas en la calle y volviendo a su templo pasada la medianoche.   La parte que más disfruto es el paso por toda la Calle Ancha de los herreros, llamada así por haber alojado al gremio en los tiempos de la colonia, pero que hoy no resulta ancha ante los nuevos medios de transporte ni aloja herreros ni ningún gremio en particular. Tampoco resulta ancha en cuaresma.  En cambio, se hace estrecha ante la cantidad de alfombras que reducen el espacio del tránsito que deben compartir cucuruchos, fieles afuera de las filas y vendedores de chupetes, helados, mangos y demás chuchadas de época.  La banda del maestro Joaquín Vega suele amenizar con la programación, en años recientes, de Edgar CAbnal, investigador del género de las marchas que sabe mezclar piezas olvidadas de otras épocas y novedades de compositores contemporáneos con las marchas clásicas de toda la vida.