Llevo
varios años con una manía: cada vez que
veo una foto de mi ciudad, intento identificar la calle y avenida donde se ha
tomado, sobre todo cuando son fotos de procesiones de Cuaresma. Esto les otorga un ingrediente extra: identificar el cortejo, año, hora y fecha, y
a veces, si creo haber presenciado el momento, puedo aventurarme a adivinar la
marcha que sonaba. Si acierto, puedo extenderme
aún más para saber con quién caminaba, y envío un pensamiento al amigo ausente
este año. El desafío aumenta cuando son fotos antiguas, sobre todo si son
blanco y negro, por los cambios de color y arquitectura según las décadas.
Anoche, por ejemplo, supe de la rifa
de una foto gigante de Jesús de San Bartolo, el nazareno en cuclillas que debía
procesionarse hoy. La imagen fue tomada
sobre las once de la mañana del quinto domingo de 2019 mientras sonaba "La fosa" de Santiago Coronado. Di con el año por la
túnica lila que vestía la imagen, y con la ubicación por el fondo de las
columnas barrocas de las ruinas de Santa Clara. El fotógrafo la capturó desde
la terraza de la casa de la familia de Fito Polanco, en la segunda avenida sur y sexta calle "A" (más fácil, en la terraza del actual Banrural).
Hoy esto se ha hecho un ejercicio mucho
más frecuente por la proliferación de imágenes disponibles en los buscadores de
internet, sobre todo en el quinto domingo de cuaresma. Los antigüeños nos vemos
abrumados por la cantidad de visitantes que acuden a la ciudad en esta fecha,
al punto que muchos colegas cucuruchos y muchos devotos han optado por no
participar de esta procesión, tanto los que visten de morado en filas como los que
participan desde las aceras. El motivo,
común entre ambos grupos, es la imposible cantidad de devotos que acuden a la
ciudad, exacerbada por la mala gestión de parqueos, servicios públicos, accesos
de entrada y salida del casco de la ciudad, que jamás han sido prioridad para
ningún gobierno municipal.
Durante muchos años mantuve, para esta
fecha, el rito de acercarme a la iglesia para presenciar el inicio de la
procesión, a mediodía cuando era niño, luego a las diez, a las siete y ahora a
las cinco de la mañana, para escuchar “La oveja de Jesús de San Bartolo”, segunda
marcha de la imagen de hoy y que suena en la plazuela de la iglesia. Esta tiene un valor extra en mi familia, pues Carlos René González, hermano
de mi abuelo y apodados “Chivos” ambos, era muy devoto de este nazareno, y Rafael
García Reynolds dedicó la melodía a esa devoción. Además del horario difícil, la
estampida de devotos, devotas, alfombras y comerciantes de todo tipo hace imposible
el acceso. Tuve que dejar la tradición
familiar y escuchar la marcha por la radio.
Los miles de devotos “bartolecos” (ayer
supe que los capitalinos devotos a Jesús de San Bartolo ya se autoetiquetan de
esta manera) han desplazado a los devotos antigüeños, que de veras son escasos hoy, y participar de la procesión
es una odisea, ya sea para tomar una foto, para escuchar una marcha fúnebre o
incluso para cargar, pues el anda de ochenta ha sido ajustada para noventa
cargadores, convirtiéndo el turno en un encuentro cuerpo a cuerpo con el cargador que
va adelante y el que va atrás.
¿Puede hablarse de crecimiento o
explosión demográfica/comercial en los eventos tradicionales? ¿Es válido alegar por la pérdida de la
esencia de las celebraciones de mi ciudad? ¿O peco de chovinista evocando quintos
domingos de otra época?
Por dicha, esta procesión ha abandonado un desliz lucrativo que durante varios años hizo que se vendieran turnos en
cuadras especiales, rompiendo la tradición antigüeña de cargar por devoción y
jamás según el poder adquisitivo. Hoy,
los organizadores han dejado de lado ese episodio y han instituido de vuelta la
homogeneidad entre los cargadores, además de retomar el uso del capirote,
elemento que distingue al devoto antigüeño.
Para evitar (parcialmente al menos)
el tumulto, y para no privarme de vivir este domingo, yo suelo incorporarme
después del atardecer, cuando el cortejo se acerca al parque San Sebastián y
acompaño por el Chajón, la Calle Ancha y de nuevo a San Sebas, donde ya empiezo a ver más caras conocidas. De acá, la ruta por la sexta avenida y el paso
por la quinta calle final hacia el Cementerio San Lázaro son momentos de
encuentro de muchos antigüeños que, aun si teníamos que cargar en la mañana, preferimos
vernos a esta hora para vivir las últimas horas de actividad cuaresmal para
iniciar, al domingo siguiente, la esperada Semana Santa en la ciudad.