Jocotenango,
al norte de La Antigua, acoge la primera gran procesión de la temporada. El municipio funciona como dormitorio que
aloja a miles de personas que viajan a la capital para trabajar cada mañana, lo
que ha contribuido al crecimiento de la procesión en la última década hasta tener
un gran número de devotos propios de la imagen. Los organizadores (hermandad se le llama aquí
al grupo coordinador de la procesión) corresponden a la fe local al recorrer
buena parte del municipio entre la primera hora de la mañana hasta pasado el
mediodía: podría decirse que no es una procesión antigüeña
sino una que sale de su parroquia y visita a los fieles de su comunidad antes
de dirigirse al casco de la ciudad.
Las alfombras jocotecas merecen mención aparte,
tanto por su colorido como por su imaginación para hacer proyectos más allá de
los mosaicos con juegos de color. Aquí
incluyen castillos, cascadas y piletas, mecanismos móviles a través de cadenas
de bicicleta y réplicas de procesiones de años pasados.
Es un anda de ochenta y dos brazos tallada
por ebanistas del municipio (salud, Chico), cantidad ya respetable que podría
crecer aún más si no fuera por las esquinas estrechas de la ciudad que impiden que
sean más largas, lo que sería muy beneficioso pues permitiría a todos los
devotos cargar más veces o hacerlo más temprano a través de cohortes mayores en
cada cuadra.
El recorrido es largo, sobrepasando las doce horas en la calle y volviendo a su templo pasada la medianoche. La parte que más disfruto es el paso por toda la Calle Ancha de los herreros, llamada así por haber alojado al gremio en los tiempos de la colonia, pero que hoy no resulta ancha ante los nuevos medios de transporte ni aloja herreros ni ningún gremio en particular. Tampoco resulta ancha en cuaresma. En cambio, se hace estrecha ante la cantidad de alfombras que reducen el espacio del tránsito que deben compartir cucuruchos, fieles afuera de las filas y vendedores de chupetes, helados, mangos y demás chuchadas de época. La banda del maestro Joaquín Vega suele amenizar con la programación, en años recientes, de Edgar CAbnal, investigador del género de las marchas que sabe mezclar piezas olvidadas de otras épocas y novedades de compositores contemporáneos con las marchas clásicas de toda la vida.
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