Nunca he sido ambicioso; siempre
se me ha achacado por no soñar, aunque cuando era niño tenía un sueño imposible:
que mi cumpleaños coincidiera con el Viernes Santo, día de fiesta en La Antigua
Guatemala. Este año estuvo cerca pues se celebró justo hace un mes, y lo
disfruté como un regalo anticipado.
Como “conformista”
no aspiro a llegar a noventa o cien años, y aunque quisiera, mi estilo de vida
lo haría poco probable. Hoy doy un paso
más en ese camino y noto que voy en forma óptima: disfruto trabajando, escucho
música, salgo de paseo, leo los libros que quiero y converso con mis amigos. Y a ustedes, amigos, quiero referirme hoy
para agradecer los momentos compartidos, ya sean las noches de estudio en
las aulas de la ELAM o trabajando en los hospitales nacionales; escalando un volcán o bebiendo
cerveza de pipa en La Habana; corriendo
bajo la lluvia en la fiesta San Juan Chamula o en el carnaval de Purmamarca; hojeando libros viejos, conversando en la
calle del Arco o, desde luego, escuchando marchas fúnebres en las calles de mi
ciudad. No podría mencionarlos a todos y
lamentaría dejar alguno fuera de mi lista.
Pero gracias a todos por ser parte de mi vida y hacer de mí lo que
soy.