Casi
al final de Parásitos, la película ganadora de varios premios Oscar este
año, hay un diálogo que me quedó dando vueltas en la cabeza. Sucede en el gimnasio donde se refugian los afectados
por las inundaciones. El protagonista joven,
aferrado a su piedra de la suerte, le pregunta al padre cuál es su plan para
resolver el enredo que dejaron en el sótano de la mansión. Acostados sobre el piso, entre cientos de
personas que solo conservan lo que tienen puesto, el padre responde que no tiene
ningún plan y que esa es la mejor manera de abordar la vida, sin tener planes.
Justo allí nos ha golpeado la
situación actual. Ha desbaratado nuestro esquema habitual donde
todo era vivir viendo hacia adelante. Pasábamos semanas y meses planeando la
cerveza del sábado, el almuerzo familiar del domingo, un paseo o una cita con
alguien que acabamos de conocer.
¿Todavía cabe preguntarse “qué
hiciste anoche”? ¿Qué hiciste en semana
santa? Hace dos años viajaste a Cancún o a Cartagena, hace un año fuiste a Panajachel o a las playas del Pacífico, y este año apenas subiste a la terraza
cuatro tardes seguidas para emborracharte a solas mirando la puesta de
sol.
Más allá de la zozobra sanitaria y
económica, nunca habíamos vislumbrado un porvenir tan desierto. Ya fuera en bonanza o en
crisis, siempre teníamos proyectos para disfrutar o para sobreponernos de lo
que sucedía. Hoy eso no existe. Tu mirada
rebota entre las paredes del dormitorio como pelota de ping pong desde hace meses, y cada vez
que cruzas el umbral de tu puerta debes blindarte según tu precaución/paranoia
te indique, y en el fondo sabes que estás picando las tripas del dragón que
puede morderte ante cualquier descuido.
El único rayo de luz que veo por ahora
es cuando acude un paciente positivo que cumplió su aislamiento domiciliar y
que vuelve a consultar para obtener el alta.
Muchos son, según el comportamiento de la infección en el país, varones
jóvenes sin comorbilidades (los más activos económicamente). Se les ve sonrientes, ansiosos de pasar la
página; otros parecen obstinados de haber pasado dos semanas encerrados, quizás
por las condiciones lamentables en que vive buena parte de la población
trabajadora. Algunos resultan negativos
a la prueba control mientras otros permanecen positivos y deben extender el
aislamiento. Pero más allá del
resultado, ellos confirman que hay futuro después del temblor, pero nadie sabe
cuánto tiempo falta, y cada vez la famosa curva se extiende más en el tiempo,
quizás en forma indefinida. Hasta que hayamos
tenido suficiente contacto con el virus, y aunque esto implique muchas pérdidas
humanas de las poblaciones vulnerables que ya se conocen, los que sobrevivamos
(me incluyo mientras toco madera) podremos contar cómo fue este año agrio.