miércoles, 9 de noviembre de 2011

NUEVE DE NOVIEMBRE

Era, igual que hoy, nueve de noviembre.  Aunque no había pronóstico de lluvia, el cielo encapotado amenazaba con derramarse sobre la Perla del Sur.  Indecisos sobre qué destino nos esperaba, hicimos una parada obligada: cada uno comió un pan con doble salchicha, una papa rellena y bebió dos batidos de fruta.

Nos sentamos en el Paseo del Prado, muy cerca de la estatua del Benny Moré, con la mente más clara después de haber llenado la barriga. Entonces decidimos el rumbo a seguir.  No teníamos reservaciones, mucho menos pasajes; es más, ni siquiera sabíamos  si ese día había autobuses que nos sirvieran, pero fuimos andando hasta la terminal de buses.  Ya dentro, merodeamos algunos minutos, consultamos las listas de salida y vimos que, en efecto, había una para nosotros en diez minutos.  Sólo era asunto de dar con la persona indicada para que nos “resolviera” (dicho literalmente en argot cubano) dos pasajes.

Al principio se hizo el difícil, pero después de meditarlo, lanzó una mirada desconfiada encima de cada hombro, consultó su libreta y meneó la cabeza confirmando la operación.  Así, a las once y un minuto, salíamos de la ciudad de Cienfuegos en dirección Sur Oriental.  Fue un trayecto corto: una hora y poco a bordo de un autobús de primera línea,  donde todo el mundo iba abrigado hasta el cuello, y las ventanillas cubiertas de vaho, ya que el aire acondicionado  estaba en cero, o muy cerca de él.  A medida que recorríamos la ruta, veíamos a través del cristal cómo las nubes se esfumaban, dejando el cielo límpido y azulísimo.

Llegamos a Trinidad, ciudad que con sus construcciones coloniales y callejones empedrados hace recordar la época de dominación europea en el continente, al mismo tiempo que permite respirar el torrente de herencia africana traído por los esclavos.

Tras recorrer los puntos clave de la localidad, el sol era abrasante.  Con el traje de baño debajo de la ropa, y tras una espera que casi nos derrite, abordamos la guagua que nos llevaría a la playa.

Llegamos mareados por el calor inclemente después de cuarenta minutos en un bus llenísimo y sin ventanillas.  Todo el mundo descendió y en un dos por tres nos dejaron solos y desorientados, pues no veíamos por ningún lado la playa tan recomendada; en cambio vimos un sendero polvoriento con matorrales.  Sin  otra opción, fuimos por él.

Con la mirada baja para esquivar las piedras y la basura del camino, avanzamos hasta toparnos frente a las narices con la arena más blanca que jamás habíamos visto.  Sorprendidos, nos vimos el uno al otro y luego miramos hacia el frente: él estaba allí.  Tomados de la mano fuimos acercándonos.  Nos sentamos en la arena y permanecimos varios minutos sin decir nada.  Ni ella ni yo habíamos contemplado nunca un espectáculo marino de esa categoría.

Nos llevó un rato despabilarnos.  Acto seguido nos incorporamos y entramos al mar, que no gesticulaba ni el más pequeño tumbo: yacía en un sosiego absoluto.

Tibia y hasta las rodillas, el agua parecía no estar allí.  Además de tener la temperatura perfecta, era transparente hasta el extremo de permitirnos ver los detalles de nuestros pies sumergidos.  Caminamos cincuenta o cien metros sin variaciones de profundidad, mientras que el sol, cansado ya a esa hora, empezaba a derramar su mermelada de naranja sobre el cielo.  Volvimos casi hasta la orilla y nos quedamos en un punto donde el agua nos cubría un poco más.  Luego salimos a la arena para contemplar el momento tantas veces visto, pero nunca las suficientes: la puesta del sol, colofón para una inolvidable jornada. 

Si alguien desea acercarse al paraíso a través del mar, le recomiendo visitar Playa El Ancón en el centro de Cuba.  Gozará sin duda de algo sublime.  Aunque no puedo garantizarle la plenitud con la que yo lo viví.  Había en ese viaje, además de la mía, una presencia única e irremplazable.  Pero de ella hablaré otro día.

jueves, 27 de octubre de 2011

DIA DEL ARTISTA NACIONAL

Sin música, la vida sería un error afirma el viejo Nietzsche en el Crepúsculo de los Ídolos.  No creo que valga la pena dudar de esta afirmación, pues, más allá del eterno debate generado en torno a sus ideas y postulados, esta es, al menos para mí, indiscutible. 

Por ejemplo, cuesta creer que alguien no sienta la ilusión enamorada de Tchaikovski al escuchar el Vals de las Flores, o reviva en su memoria el trágico romance de Carmen con la ópera de Georges Bizet. 

Igual, así como el mensaje de paz y amor en las canciones de Bob Marley rompe la barrera del idioma, una guaracha cubana, donde quiera que suene, es capaz de inyectar una buena dosis de fiesta en nuestras venas.

Más cercanas a nosotros, las rancheras mexicanas que irritan y exprimen las heridas del corazón roto;  y sin ser chovinista, ¿ a quién no se le ha puesto la piel de gallina y ha sentido el olor del comal con tortillas calientes al escuchar, lejos de nuestra tierra, los sones guatemaltecos El Rey Quiché, o Cuando Llora el Indio?.

Así, sería interminable la lista de piezas musicales que llevan indisolublemente la impronta del autor, pues ellas son el vehículo usado por él para purgar las penas o celebrar los festines que lleva por dentro.

De hecho, ¿qué  es el arte, en cualquiera de sus expresiones, sino una liberación de las pasiones del alma?

Felicidades entonces a todos los  Artistas Guatemaltecos en su día..

martes, 18 de octubre de 2011

INSTANTES FULGURANTES

El escritor francés Jean Marie Le Clézio habla en su libro El Éxtasis Material  acerca de los breves accesos de felicidad que el ser humano experimenta lo largo de la vida.  Cito textualmente:

Los que se huyen tal vez nunca tengan  ni dudas ni desesperaciones. Pero tampoco tendrán esos instantes fulgurantes en los que uno se encuentra, donde se ve tal como es, con claridad, con dureza, con embriaguez.  Ser consciente es una lucha continua. Tal vez también es el camino de la locura.  Pero hay una indecible felicidad en saber todo lo que en el hombre es exacto.  Esta verdad que no tiene un desenlace porque sólo puede seguir siendo relativa es, sin duda, la más exigente, la más azarosa de las felicidades.  Exige que uno sacrifique su seguridad, su orgullo, su sueño.  Exige que uno sacrifique su paz.

Planteamiento bastante ambicioso el del Premio Nobel 2008, como el de muchos soñadores que creen que la felicidad se alcanza lejos de casa, con otras personas, viviendo otra vida.  Gran Error.

Los instantes fulgurantes están en todos lados, menciono acá algunos ejemplos: escuchar y sentir la música del pueblo, dar una mano al necesitado, sentir el abrazo de un amigo, contemplar al ser amado sin necesidad de pronunciar una palabra.

He ahí la riqueza de vivir: no se trata de ningún tesoro escondido ni de una lucha sin final.  Al contrario, lo mejor de esta vida, si sabemos reconocerlo, está al alcance de la mano; tan sólo es cuestión de abrir los ojos y hacer el corazón permeable. 

No hay que  buscarle el quinto pie al gato.  Sé feliz con lo que tienes; y si no lo tienes, búscalo y lucha por ello sin descanso, pero sin herir ni olvidarte de los tuyos, porque cuando tu lucha resulte ser infructuosa, y sin darte cuenta lo hayas perdido absolutamente todo, ellos serán los únicos que podrán ayudarte a levantar tus ruinas.  

domingo, 25 de septiembre de 2011

LA ERA DE LA INCOMUNICACION

El último viernes hubo un gran revuelo en los medios informativos nacionales, debido al asesinato de dos muchachas por un amigo virtual obtenido a través de Facebook.  Este amigo resultó ser miembro de una banda de secuestradores que, a pesar de cobrar el dinero por el rescate de las adolescentes, las mató de una manera atroz.

Se ha cortado tela de ida y vuelta, satanizando a las redes sociales como responsables de la tragedia.  Personalmente, no creo que esta desgracia, como  otras similares en los últimos tiempos, deba atribuirsele a las herramientas modernas de comunicación.  El problema va mucho más allá.  Tiene que ver con la decadencia de las relaciones interpersonales, producto no sólo de las redes sociales, sino de la tecnofilia exagerada que se ha apoderado del mundo de hoy.

Por ejemplo, hace poco asistí a una cena celebrando no sé qué evento, y al estar sentado en la mesa busqué conversación con los conocidos que me rodeaban.  Me dirigí al primero preguntando sobre su trabajo, y me pidió que le diera un minuto para responderme, pues debía atender un mensaje en su celular.  Miré a la derecha y pregunté lo mismo a otro miembro de la mesa.  Se limitó a despegar la mirada de su teléfono, y con una sonrisa hipócrita pareció decirme que no le incomodara con mi plática.  Insatisfecho, continué hacia una chica bonita, debo decirlo, pero que en toda la noche no había dicho ni hola, tecleando como loca para no perder detalle, claro está, de los eventos que sucedían dentro de su Blackberry.  Preferí levantarme y buscar sitio en otra mesa.

¿Qué clase de vida social es esa? ¿Cómo pretendemos vivir en armonía, si ya no somos capaces de mantener una conversación normal, cara a cara? 

No pretendo afirmar que la tecnología esté mal, en absoluto; pero ella debe ser un complemento, un apoyo a nuestras vidas, y no al revés, que nosotros vivamos para ella.  Tampoco eximo de culpa a las muchachas, ni a sus padres por no haberlas vigilado más de cerca.

Debemos rescatar las amistades de carne y hueso.  Urge recuperar el valor de contar un chiste, de sentarse en una acera a chismear sobre cualquier tontería, para cerrar la brecha que cada día nos separa más del vecino, del compañero de viaje en el autobús, o hasta de nuestra familia; y que obliga, especialmente a los más jóvenes, a llenar ese vacío con amigos virtuales de dudosa procedencia.

jueves, 22 de septiembre de 2011

FIESTAS MATRIAS

Después de varias semanas fuera de circulación, vuelvo a la carretera.  Semanas cargadas de situaciones laborales, emocionales y familiares que han secuestrado mi concentración la mayor parte del tiempo;  y en los breves lapsos que conté con él, no encontré nada que decir.  

Hoy estoy de regreso para continuar los diálogos conmigo y,  lógicamente, con ustedes que me regalan algunos minutos. 

Mi plan original era volver el pasado día 15, festivo en Guatemala y Centroamérica por cumplir 190 años de independencia de España.  Y aunque ese día no trabajé, fue imposible dedicarle algunos minutos al asunto, y no por andar en las fiestas patrias.  Me entretuve, en cambio, en las Fiestas Matrias. 

Arreglos para conseguir el pastel, las bebidas y los obsequios fueron ocupación mía y de la familia, no solo el 15, sino desde varios días antes. La idea original era una fiesta sorpresa, pero la astucia de sus años, sumada a una que otra torpeza de los organizadores, impidieron mantener el secreto por mucho tiempo.  Así, la fiesta sorpresa por el cumpleaños de mamá, no pudo serlo. 

Fue una velada agradable en compañía del núcleo familiar más cercano.  Anécdotas y chistes iban y venían, haciéndonos pasarla bien a todos los asistentes, pero especialmente a ella, que merece mucho más que una fiesta familiar.  Merece, como todas las madres, el amor, agradecimiento y apoyo de sus hijos. 

Por eso te digo, mamá, gracias por estar conmigo en las buenas y las malas.  Te deseo en tu cumpleaños mucha salud, alegría, y sobre todo, paciencia para seguir aguantando mis locuras.  Te quiero.

lunes, 29 de agosto de 2011

NUEVE Y CUATRO


Pocas actividades pueden ser tan apasionantes como el ejercicio de la medicina.  Ella, privilegiada entre todas las profesiones, es capaz de hacernos recorrer, en instantes apenas, la distancia que separa la salud y el sufrimiento, la vida y la muerte.  No sé de ningún otro oficio que permita escudriñar lo más profundo de las penas y temores del ser humano. 

Sin embargo, a pesar de aliviar dolores, también tiene su lado amargo: tratar muy de cerca a la muerte.  Esta vez fue a través de un certificado de defunción.  Aunque no la vi a los ojos como en otras ocasiones, siempre es incómodo codearse con ella.  Nunca es grato interrogar al familiar, apenas momentos después del deceso, sobre las condiciones en que sucedió.  No quisiera tener que hacerlo, pero es mi trabajo.  Y lo peor: este no era un documento común y corriente.  La difunta apenas estaba por cumplir dos meses de edad. 

El padre de la criatura entró cabizbajo a mi consultorio, arrastrando las botas cubiertas de lodo y con el cuerpo encorvado hacia adelante.  De inmediato le ofrecí la silla, en la cual se acomodó después de colocar el machete en el piso.  Sentado frente a él busqué su mirada.  Fueron unos cuantos segundos persiguiendo sus ojos sin hallarlos; estaban clavados sobre sus muslos.  Sin más, le pedí que me contara lo sucedido.  En ese momento elevó la cabeza y pude ver, en medio de un rostro terroso y apergaminado, dos pupilas muy negras, rodeadas por una maraña de venas rojas que parecían estar a punto de explotar. Luego dijo:

-No sé que le pasó.  Nació bien, pero luego se acatarró; le dimos remedio pero no mejoró. 

Muy poca información.  Era difícil reconstruir los hechos con eso.    Interrogué sobre síntomas o signos que pudieran orientarme hacia la causa real de la muerte, pero no encontré nada.  Reuní los datos y los acomodé en mi mente para plasmarlos en el documento.  Durante esos minutos se mantuvo en silencio.  Al final agregó:

-Tenía razón el otro médico cuando dijo que mi mujer debía planificar. 

-¿Por qué? –pregunté mientras le entregaba la certificación.

-El año pasado, después que mi mujer parió la llevaron al hospital, y allí le dijeron que se operara para no tener más hijos, pero yo no quise.

-¿Y por qué no la dejó operarse?

-Eso sólo lo hacen las mujeres perdidas.

Asimilando el golpe, continué -¿Y cuantos hijos tiene?

-Nueve vivos, y con esta cuatro muertos.  Pero ahora “creo” que si voy a dejar que se opere.

Sus respuestas, aunque escuetas, helaron el camino que va de mis oídos al cerebro, y también al corazón.  Y me hizo también preguntarme por qué aún hay instituciones muy poderosas a nivel mundial empecinadas en evitar la difusión de la educación sexual a nivel escolar y la promoción masiva de los métodos de planificación familiar.  Dado que sus miembros ignoran  qué es trabajar con machete, tostarse bajo el sol, y no tienen ni idea del hecho de pasar hambre, les conviene preservar en sus seguidores la antigua creencia de que “todo niño nace con el pan bajo el brazo”.  Así, yo mismo respondí mi pregunta.

lunes, 22 de agosto de 2011

TODO COMENZO EN EL POLIGONO


Todo  comenzó en el Polígono, sitio de práctica de tiro en la antigua Escuela Naval de la Habana.  Hoy nada queda de esa función castrense, pero a pesar de haberse convertido en el punto de actividades informativas, culturales y principalmente bailables, conserva el nombre militar.

El Polígono, decía, ha sido el punto de bienvenida para todos los becarios provenientes de más de 20 países, que durante más de diez años hemos llegado a Cuba con un fin común, hacernos médicos.  Allí nos encontramos todos por primera vez, algunos aún adolescentes, otros adultos muy jóvenes. Nos veíamos las caras unos a otros, desconocidos, con maletas en mano, saludándonos para dar el paso de entrada a esa nueva y enorme familia.

Con los días, al ir desprendiéndonos de la nostalgia por el hogar, fuimos dándonos cuenta que éramos parte del proyecto educativo más ambicioso del continente, por encima de tintes políticos o ideológicos con los que muchos no conocedores del asunto nos tachan.

Pasamos cinco semestres en la Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM), recibiendo las llamadas Ciencias Básicas, que son las asignaturas iniciales en la carrera de Medicina.  Esto, centro principal de nuestra estancia en la isla, no impidió que tuviéramos tiempo para conocer algo de lo que hay más allá de las fronteras de nuestros países.  Conocimos otras etnias, culturas y lenguas, no solo a través de espectáculos culturales, sino por el contacto día a día con los compañeros de otros países.

Además de cultivar las ciencias, debíamos también dedicarnos al cuerpo a través del deporte (asignatura obligada en el pensum de la carrera), y a las artes, a través de exposiciones, galas culturales y diversas manifestaciones artísticas.

Después de dos años y medio, habiendo ya adquirido las habilidades preclínicas, llegó la hora de dejar la ELAM. Fue la primera de varias dosis de tristeza que viviríamos en Cuba, por el hecho de abandonar nuestro primer hogar en el país, así como amistades, profesores, parejas, todo horneado con el calor que solo Cuba puede ofrecer.

Llegamos a los Hospitales para realizar la etapa más larga de nuestra formación, el área clínica.  Nuevamente debimos adaptarnos a otra vivienda, otros compañeros, incluso otras ciudades, pues esta parte del proyecto incluye todas las provincias cubanas, algunas situadas a más de mil kilómetros de la capital.  
Esta fue sin duda la fase definitiva de nuestra formación, pues a través del contacto directo con el paciente se confirma, o se descarta en algunos casos, la vocación médica.

Fueron cuatro años rotando por todas las áreas de la medicina, abarcando las tres esferas de la salud humana: biológica, psicológica y social.  Después de esos ocho semestres, la lucha que una vez pareció imposible, nos hizo sentir vencedores, al haber logrado el objetivo, ser médicos.

Hoy, cinco años después de la graduación de la segunda promoción de la ELAM (mi promoción), intento recopilar vagamente algunas de las experiencias de mi etapa cubana.  Sin embargo resulta una tarea imposible, pues fueron tantas vivencias, cada una intensa a su manera, que se requeriría un libro de varios tomos para repasarlas.

Me conformaré con agradecer a Cuba por la solidaridad y el amor que nos brindó en esos años, a pesar de las enormes carencias que padece.
Además envío un abrazo cálido a todos los colegas y amigos graduados, que somos más que simples compañeros universitarios.  Somos parte de la gran familia americana, asiática y africana que brinda salud en los rincones más lejanos de sus países, algunos de ellos donde nunca antes hubo un médico.

¡FELICIDADES COLEGAS DE LA ELAM!


PD: Para los lectores que no conozcan el proyecto ELAM, los invito a acceder a los vínculos siguientes (cortesía Dr. Arturo Rabito):


lunes, 15 de agosto de 2011

SOBRE LA LUCIDEZ


Siempre es agradable el reencuentro con viejos conocidos que hace tiempo no frecuentamos.  Esto fue lo que me sucedió recientemente con José Saramago.

Por iniciativa común con un par de amigos, leímos Ensayo sobre la Lucidez, novela donde el autor portugués aborda el tema de mayor actualidad en Guatemala, el proceso electoral, haciéndolo desde su punto de vista siempre ingenioso.  Como es habitual en sus novelas, la narración gira en torno a la pregunta “Que sucedería si…”.

Así, el ganador del Nobel 1998 plantea un escenario de elecciones municipales donde después de la primera y segunda convocatoria, a pesar de una afluencia considerable de electores, los votos en blanco alcanzan el 83%.  Esto enciende las alarmas de los gobernantes, no solo regionales sino nacionales, que ven en la protesta ciudadana una amenaza contra el status quo.

Tras plantear diversas hipótesis para explicar los sucesos, las cuales van desde ridiculeces hasta acciones terroristas, los dirigentes, incapaces de recuperar el dominio, optan por provocar lo que mejor saben hacer: pánico y zozobra en la población.  Esta, sin embargo, no se amedrenta y demuestra un espíritu cívico de hierro, como difícilmente puede verse fuera de la ficción literaria.

Al final, el gobierno maquina una excusa para solucionar el problema, buscando salir, como siempre, en caballo blanco, exculpándose y responsabilizando a un pequeño grupo de ciudadanos.

Lectura muy recomendable por la situación que vive actualmente el país, ya que a pesar del estilo a veces escurridizo utilizado por el autor,  refleja la hipocresía y carencia total de escrúpulos de los políticos, al mismo tiempo que es una invitación al ciudadano de hoy, para ejercer plenamente sus derechos.

martes, 9 de agosto de 2011

SE ACABÓ LA NOVELA


Finalmente, después de meses de propaganda insoportable y un enorme despilfarro de recursos estatales, Sandra Torres, ex primera dama de la nación, recibió el NO definitivo a sus aspiraciones presidenciales.

Era algo que ya se veía venir, o al menos esa fue siempre la esperanza de los guatemaltecos que no se dejan engañar con espejitos.  Los asesores de la ex precandidata también debieron preverlo, pero no sabemos si por un optimismo sin fundamentos, o una ambición incontrolable, jamás consideraron tener un plan B:  apostaron todo a una pésima carta, y perdieron. 

¿No hubiera sido más sensato por parte de la señora esperar cuatro años, y entonces, sin ningún obstáculo legal, inscribirse y participar en las elecciones?  Sin duda que sí, pero ella sabía que su momento era ahora, pues además de padecer una voracidad insaciable por el poder, teme, o mejor dicho sabe con total certeza, que de aquí a cuatro años habrán salido a luz demasiados negocios apestosos realizados en la actual administración, que desgastarán aun más su ya agria imagen.

Entonces, ¿Quién se atreverá a votar por la doña en 2015? Yo no lo haría ni hoy, ni dentro de cuatro ni dentro de mil años. ¿Y ustedes?

lunes, 25 de julio de 2011

A PROPOSITO DE LUNATICOS

La semana pasada tuvieron lugar dos acontecimientos científicos importantes, distantes en el tiempo, pero estrechamente vinculados uno con otro.

El primero fue el 43 aniversario de la llegada del hombre a la Luna.  El domingo 20 de julio de 1969 a las 10:56 pm –horario de Estados Unidos–, tras un “alunizaje” sin complicaciones, Neil Armstrong descendió por la escalerilla del Apollo 11, y al apoyar el pie izquierdo en la polvorienta superficie lunar se convirtió en el primer ser humano en pisarla.

El segundo evento de la semana fue el aterrizaje del Atlantis, último transbordador espacial. El más joven heredero de la saga iniciada con el Apollo del 69, volvió a la Tierra el jueves 21, poniendo fin a la era de los grandes transbordadores tripulados. Ahora Estados Unidos enviará  astronautas sólo en pequeñas cápsulas.

No estoy de acuerdo con la exploración extraterrestre como prioridad en el presupuesto de las grandes potencias internacionales.  No veo en qué ha mejorado mi vida por el hecho de haber llegado a explorar otros planetas, como tampoco ha ayudado a la mayoría de los terrícolas.  Considero que hay abundantes asuntos en este planeta que merecen la atención  y preocupación –urgente– de los gobiernos.

¿Alguno de ustedes se ha visto directamente beneficiado con la carrera espacial? Por favor hágame saberlo.  

domingo, 17 de julio de 2011

Los Suicidas

Viernes, 7 pm.  El bus que me lleva a casa hace una parada en San Lucas, punto intermedio entre la capital y Antigua Guatemala. Es una vía importante, con un tráfico pesado que se hace mucho peor a esta hora. Voy recostado sobre la ventana, con la vista hacia afuera para olvidar un poco el tumulto que atiborra el vehículo.  Veo tres escenas simultáneas a la orilla de la carretera:
  1.  Hombre y mujer tomados de la mano. Lucen indecisos.                            ¿Te atreves? pregunta él.  Sí, responde ella.
2.  Madre soltera con tres chiquillos menores de diez años y un canasto enorme sobre la cabeza.  Vacila, pero los niños la convencen.
3.   Varón de saco y corbata con una laptop bajo el brazo.  A su lado, una chica elegante con zapatos de tacón. El está decidido; ella duda, pero al final lo sigue.  Apenas haya oportunidad se lanzarán. 

¿Qué tienen en común?  Posiblemente estén muy cansados para caminar de más, o todos son amantes de la aventura; puede ser también que por no tener tiempo en casa, quieren correr un poco a esta hora para quemar calorías. No lo sé. 

Pasan algunos segundos.  Después de verlos actuar me pregunto: ¿es tan difícil usar la pasarela? ¿No ven el riesgo de lanzarse sobre la carretera esquivando los carros que pasan a cien kilómetros por hora?  Incluso un perro callejero, sin amo que lo guíe, posee mayor amor por su vida que estos intrépidos.

De lo que estoy seguro es que un campesino se preocupa más por su ganado que esta gente por sí misma.  Aquel no arriesga sus animales.  Da gusto y hasta envidia ver la fila vacas subir o bajar la rampa del puente peatonal con la mayor disciplina y sin ningún tipo de prisa.

Aunque tal vez estoy exagerando y la explicación sea simple. ¿No serán suicidas solapados buscando un golpe que les evite la fatiga de seguir en esta vida? 



lunes, 11 de julio de 2011

El Hamburguesamiento moderno


Cada día veo en mi consulta más personas que acuden a descartar Diabetes, Hipertensión Arterial o problemas del Colesterol.  Después de examinarlos y ver los resultados de los exámenes de laboratorio, todos lucen asombrados cuando les confirmo cualquiera de esas enfermedades, y se preguntan por qué las padecen, si dicen cuidarse, no comer grasa y, esporádicamente, hacer ejercicio.   Ante la explosión masiva de estos males me pregunto: ¿Será la responsabilidad exclusiva del individuo o hay algo más detrás del asunto?

Hace algunos miles de años –poco tiempo en el proceso evolutivo, los seres humanos eran nómadas, y basaban su alimentación en carnes producto de la caza y la pesca, así como en la recolección de vegetales y semillas.   Esta dieta era rica en ciertos elementos como el potasio y muy baja en sodio, por lo que el organismo –el riñón específicamente– estaba, y sigue estando programado para conservar mucho sodio –responsable directo en la elevación de la presión arterial–, y excretar el potasio sobrante.  Este mecanismo, sin embargo, no se adapta a la dieta actual, altísima en sodio –en forma de sal y otros potenciadores de sabor– y muy pobre en potasio.  Nuestros genes no han cambiado significativamente en este período, pero nuestra dieta sí lo ha hecho de modo radical, sobre todo en los últimos cincuenta años, basándose en un exceso de sal, calorías y grasas saturadas.

El mundo moderno, con su ritmo trepidante y cada vez más asfixiante, no nos deja ni un minuto libre, rebalsando nuestra capacidad por la cantidad de tareas a realizar en la jornada laboral.  Esto nos obliga a alimentarnos “con lo que aparezca”, o “con lo que esté a la mano”, que puede ser sabroso, práctico e incluso económico, pero en ningún caso saludable.

Los productores de estos alimentos saben muy bien lo que venden, con sus ventajas y desventajas.  Sin embargo, se hacen de la vista gorda –literalmente– ante las consecuencias del consumo prolongado de sus productos.   Para ellos es un negocio, se entiende, por lo que no deben ponerse a pensar en los efectos que sufrirán sus consumidores.  Pero, analizando la situación, me pregunto: ¿Cuándo les pediremos cuentas por el daño que están realizando a millones de personas en todo el mundo?  ¿Quién les cobrará la responsabilidad de estar engordándonos y condenándonos a una larga serie de enfermedades? 

Los sistemas de salud están pasando por un momento de crisis, especialmente en países como  Guatemala, donde por un lado, no hemos sido capaces de controlar enfermedades derivadas de nuestra pobreza desnutrición y parasitismo, entre otras,  mientras que por el otro, el modelo epidemiológico debe adaptarse con rapidez a las patologías derivadas de la malnutrición, pero en este caso por exceso y mala calidad de los alimentos.

El hamburguesamiento moderno está convirtiéndonos en una sociedad rolliza, pero sumamente enferma, y parece ser un callejón sin salida, puesto que no nos atrevemos a poner en su lugar a los productores de tanta comida chatarra, y nosotros mismos no somos capaces de tomar conciencia de nuestra propia salud.

Ya lo profetizaba Ernesto Sabato hace 60 años, en su libro Hombres y Engranajes: “El hombre no ha tenido tiempo para adaptarse a las bruscas y potentes transformaciones que su técnica y su sociedad han producido a su alrededor, y no es arriesgado afirmar que buena parte de las enfermedades sean los medios de que se está valiendo el cosmos para eliminar a esta orgullosa especie humana”.

domingo, 3 de julio de 2011

El Sumidero

Recientemente estuve en México.  Fue un viaje corto, pero suficiente para recorrer destinos de todo tipo: ciudades, ríos, montañas y pueblos indígenas.  Esto se debe a la riqueza geográfica de Mesoamérica, en la cual se incluye desde luego Guatemala.  Entre los diversos sitios donde estuve, quiero destacar uno cuya visita se me hizo muy placentera.  Se trata del Cañón del Sumidero, cerca de Tuxtla Gutiérrez, capital del estado de Chiapas.  Es una fisura en las montañas en medio de la cual corre el caudaloso río Grijalva,  alargándose por varios kilómetros hasta completarse en su extremo norte con la hidroeléctrica de Chicoasén.

La aventura inicia con un paseo en lancha que parte desde los embarcaderos, y va paseando entre los manglares.  La fauna local es abundante, con una variedad de aves, monos, e incluso lagartos de hasta dos metros de longitud.  Estos son, sin duda, los más vistosos.  A pesar de encontrarse en gran número, es difícil dar con ellos, pues su color mimetiza de forma impresionante los tonos de la roca, y son además, expertos en permanecer inmóviles durante muchos minutos, incluso horas.  El único movimiento perceptible a la vista humana, si se aguza, es la respiración a través de las branquias localizadas bajo su cabeza.

Avanzamos mientras aumenta la riqueza natural.  Ahora vamos descubriendo riscos y figuras caprichosas en  la montaña;  acá debo mencionar, como característica de los chiapanecos, una enorme imaginación capaz de encontrar en cualquier detalle del paisaje, ya sea roca o montaña,  las más rebuscadas obras de arte: crucifijos, vírgenes, cabezas de simio, y muchas otras ilusiones visuales, las cuales me perdí en su mayoría, no por falta de observación, sino de imaginación.

Es mediodía y el sol taladra la cabeza de forma perpendicular, haciéndonos amortiguar su impacto con sombreros, gorros y abanicos.  Así, casi insolados y deshidratados, llegamos al momento cumbre del viaje: el punto de mayor altura del cañón, que rebasa los 900 metros sobre el nivel del agua, sin tomar en cuenta los más de mil de profundidad que esta posee.  Esta imagen puede verse en el escudo de Armas del estado de Chiapas. Es un espectáculo soberbio, que requiere contemplarse por un tiempo mayor del que brinda el piloto que nos conduce.

Él mismo nos relata cómo, en los tiempos de colonización, este fue el lugar donde los indígenas nativos de la zona, al verse copados por la superioridad española, optaron por un suicidio colectivo antes que la sumisión.  Esto trajo mi mente una línea del himno nacional, escrita por (el cubano) José Joaquín Palma: …antes muerto que esclavo serás…  Lindas palabras que actualmente se quedan en simple utopía para nuestros pueblos.  

domingo, 19 de junio de 2011

VALOR RELATIVO

Hace muchos años,  una clase de matemática trató sobre un tema que no me generó ningún atractivo,  valor absoluto y valor relativo.  Puedo afirmar que ese día, como tantos otros, no presté atención al profesor. Y sin saber cómo, al final del curso respondí lo esperado de la materia, no más.  Así,  el tema pasó  a acumular telarañas en un recoveco de la memoria.

Jamás hubiera imaginado que después de tanto tiempo sin relacionarme con las ciencias exactas dicho concepto me sería (al fin) de interés.   Salí del consultorio buscando aire fresco, y al llegar al jardín me senté unos minutos.  Sin querer, oí entonces la conversación entre la enfermera y una paciente que llegó por un “chequeo rutinario”.  No estaba prestando atención, pero me di cuenta que hablaban de Infecciones de Transmisión Sexual, tema muy de moda en los Servicios de Salud.   Pequé de curioso al parar la oreja en plática ajena, lo acepto.  Así, noté que se rompía el protocolo entre prestadora y receptora de orientación, cuando la primera preguntó:
– ¿Hace cuanto se dedica a eso?
–Bueno, así solo a esto como dos años.  Pero ya antes le entraba cuando hacía falta.
       ¿Y le va bien? ¿Cuánto saca al mes?
       Depende.  Si es buen mes, cuatro o cinco mil quetzales. Si no Dos mil  o menos.
Quise interrumpir el diálogo,  pero cuando me levantaba, continuaron:
       Ah, no está mal.  ¿Y llegan muchos clientes?
       A veces. Cuando es así hay que ponerse pilas y no perder tiempo.
       Pero sí se asea entre uno y otro, ¿verdad?
       Casi siempre.
       ¿Cómo que casi siempre?
       Sí, depende si fue solo así o con condón.
       ¿O sea que a veces lo hace sin condón?
       Sí, hay clientes que no les gusta usarlo
Mi oportunidad de cortar las confesiones había pasado.   Ahora solo podía escuchar.  De hecho, preferí quedarme afuera de la clínica para no conocer el rostro de la valiente.
       ¿Y usted no sabe que es  peligroso  hacerlo así?
       Si, yo sé,  pero algunos no aceptan; además cuando es así pagan más.
La curiosidad de la entrevistadora era tremenda, pero no tanto como mi asombro.
       ¿Cuánto más?
       Con condón, ochenta.  De ahí si se puede conseguir más, se saca.
       ¿Y si no usa?
       Depende también.

Consideré suficiente, por lo que dejé ahí la escucha.  Sin duda el dinero posee para todos el mismo valor absoluto,  pero cada uno le atribuye un valor relativo acorde a su estilo de vida. Este es un ejemplo del valor relativo de ochenta quetzales en estos tiempos.