lunes, 29 de agosto de 2011

NUEVE Y CUATRO


Pocas actividades pueden ser tan apasionantes como el ejercicio de la medicina.  Ella, privilegiada entre todas las profesiones, es capaz de hacernos recorrer, en instantes apenas, la distancia que separa la salud y el sufrimiento, la vida y la muerte.  No sé de ningún otro oficio que permita escudriñar lo más profundo de las penas y temores del ser humano. 

Sin embargo, a pesar de aliviar dolores, también tiene su lado amargo: tratar muy de cerca a la muerte.  Esta vez fue a través de un certificado de defunción.  Aunque no la vi a los ojos como en otras ocasiones, siempre es incómodo codearse con ella.  Nunca es grato interrogar al familiar, apenas momentos después del deceso, sobre las condiciones en que sucedió.  No quisiera tener que hacerlo, pero es mi trabajo.  Y lo peor: este no era un documento común y corriente.  La difunta apenas estaba por cumplir dos meses de edad. 

El padre de la criatura entró cabizbajo a mi consultorio, arrastrando las botas cubiertas de lodo y con el cuerpo encorvado hacia adelante.  De inmediato le ofrecí la silla, en la cual se acomodó después de colocar el machete en el piso.  Sentado frente a él busqué su mirada.  Fueron unos cuantos segundos persiguiendo sus ojos sin hallarlos; estaban clavados sobre sus muslos.  Sin más, le pedí que me contara lo sucedido.  En ese momento elevó la cabeza y pude ver, en medio de un rostro terroso y apergaminado, dos pupilas muy negras, rodeadas por una maraña de venas rojas que parecían estar a punto de explotar. Luego dijo:

-No sé que le pasó.  Nació bien, pero luego se acatarró; le dimos remedio pero no mejoró. 

Muy poca información.  Era difícil reconstruir los hechos con eso.    Interrogué sobre síntomas o signos que pudieran orientarme hacia la causa real de la muerte, pero no encontré nada.  Reuní los datos y los acomodé en mi mente para plasmarlos en el documento.  Durante esos minutos se mantuvo en silencio.  Al final agregó:

-Tenía razón el otro médico cuando dijo que mi mujer debía planificar. 

-¿Por qué? –pregunté mientras le entregaba la certificación.

-El año pasado, después que mi mujer parió la llevaron al hospital, y allí le dijeron que se operara para no tener más hijos, pero yo no quise.

-¿Y por qué no la dejó operarse?

-Eso sólo lo hacen las mujeres perdidas.

Asimilando el golpe, continué -¿Y cuantos hijos tiene?

-Nueve vivos, y con esta cuatro muertos.  Pero ahora “creo” que si voy a dejar que se opere.

Sus respuestas, aunque escuetas, helaron el camino que va de mis oídos al cerebro, y también al corazón.  Y me hizo también preguntarme por qué aún hay instituciones muy poderosas a nivel mundial empecinadas en evitar la difusión de la educación sexual a nivel escolar y la promoción masiva de los métodos de planificación familiar.  Dado que sus miembros ignoran  qué es trabajar con machete, tostarse bajo el sol, y no tienen ni idea del hecho de pasar hambre, les conviene preservar en sus seguidores la antigua creencia de que “todo niño nace con el pan bajo el brazo”.  Así, yo mismo respondí mi pregunta.

lunes, 22 de agosto de 2011

TODO COMENZO EN EL POLIGONO


Todo  comenzó en el Polígono, sitio de práctica de tiro en la antigua Escuela Naval de la Habana.  Hoy nada queda de esa función castrense, pero a pesar de haberse convertido en el punto de actividades informativas, culturales y principalmente bailables, conserva el nombre militar.

El Polígono, decía, ha sido el punto de bienvenida para todos los becarios provenientes de más de 20 países, que durante más de diez años hemos llegado a Cuba con un fin común, hacernos médicos.  Allí nos encontramos todos por primera vez, algunos aún adolescentes, otros adultos muy jóvenes. Nos veíamos las caras unos a otros, desconocidos, con maletas en mano, saludándonos para dar el paso de entrada a esa nueva y enorme familia.

Con los días, al ir desprendiéndonos de la nostalgia por el hogar, fuimos dándonos cuenta que éramos parte del proyecto educativo más ambicioso del continente, por encima de tintes políticos o ideológicos con los que muchos no conocedores del asunto nos tachan.

Pasamos cinco semestres en la Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM), recibiendo las llamadas Ciencias Básicas, que son las asignaturas iniciales en la carrera de Medicina.  Esto, centro principal de nuestra estancia en la isla, no impidió que tuviéramos tiempo para conocer algo de lo que hay más allá de las fronteras de nuestros países.  Conocimos otras etnias, culturas y lenguas, no solo a través de espectáculos culturales, sino por el contacto día a día con los compañeros de otros países.

Además de cultivar las ciencias, debíamos también dedicarnos al cuerpo a través del deporte (asignatura obligada en el pensum de la carrera), y a las artes, a través de exposiciones, galas culturales y diversas manifestaciones artísticas.

Después de dos años y medio, habiendo ya adquirido las habilidades preclínicas, llegó la hora de dejar la ELAM. Fue la primera de varias dosis de tristeza que viviríamos en Cuba, por el hecho de abandonar nuestro primer hogar en el país, así como amistades, profesores, parejas, todo horneado con el calor que solo Cuba puede ofrecer.

Llegamos a los Hospitales para realizar la etapa más larga de nuestra formación, el área clínica.  Nuevamente debimos adaptarnos a otra vivienda, otros compañeros, incluso otras ciudades, pues esta parte del proyecto incluye todas las provincias cubanas, algunas situadas a más de mil kilómetros de la capital.  
Esta fue sin duda la fase definitiva de nuestra formación, pues a través del contacto directo con el paciente se confirma, o se descarta en algunos casos, la vocación médica.

Fueron cuatro años rotando por todas las áreas de la medicina, abarcando las tres esferas de la salud humana: biológica, psicológica y social.  Después de esos ocho semestres, la lucha que una vez pareció imposible, nos hizo sentir vencedores, al haber logrado el objetivo, ser médicos.

Hoy, cinco años después de la graduación de la segunda promoción de la ELAM (mi promoción), intento recopilar vagamente algunas de las experiencias de mi etapa cubana.  Sin embargo resulta una tarea imposible, pues fueron tantas vivencias, cada una intensa a su manera, que se requeriría un libro de varios tomos para repasarlas.

Me conformaré con agradecer a Cuba por la solidaridad y el amor que nos brindó en esos años, a pesar de las enormes carencias que padece.
Además envío un abrazo cálido a todos los colegas y amigos graduados, que somos más que simples compañeros universitarios.  Somos parte de la gran familia americana, asiática y africana que brinda salud en los rincones más lejanos de sus países, algunos de ellos donde nunca antes hubo un médico.

¡FELICIDADES COLEGAS DE LA ELAM!


PD: Para los lectores que no conozcan el proyecto ELAM, los invito a acceder a los vínculos siguientes (cortesía Dr. Arturo Rabito):


lunes, 15 de agosto de 2011

SOBRE LA LUCIDEZ


Siempre es agradable el reencuentro con viejos conocidos que hace tiempo no frecuentamos.  Esto fue lo que me sucedió recientemente con José Saramago.

Por iniciativa común con un par de amigos, leímos Ensayo sobre la Lucidez, novela donde el autor portugués aborda el tema de mayor actualidad en Guatemala, el proceso electoral, haciéndolo desde su punto de vista siempre ingenioso.  Como es habitual en sus novelas, la narración gira en torno a la pregunta “Que sucedería si…”.

Así, el ganador del Nobel 1998 plantea un escenario de elecciones municipales donde después de la primera y segunda convocatoria, a pesar de una afluencia considerable de electores, los votos en blanco alcanzan el 83%.  Esto enciende las alarmas de los gobernantes, no solo regionales sino nacionales, que ven en la protesta ciudadana una amenaza contra el status quo.

Tras plantear diversas hipótesis para explicar los sucesos, las cuales van desde ridiculeces hasta acciones terroristas, los dirigentes, incapaces de recuperar el dominio, optan por provocar lo que mejor saben hacer: pánico y zozobra en la población.  Esta, sin embargo, no se amedrenta y demuestra un espíritu cívico de hierro, como difícilmente puede verse fuera de la ficción literaria.

Al final, el gobierno maquina una excusa para solucionar el problema, buscando salir, como siempre, en caballo blanco, exculpándose y responsabilizando a un pequeño grupo de ciudadanos.

Lectura muy recomendable por la situación que vive actualmente el país, ya que a pesar del estilo a veces escurridizo utilizado por el autor,  refleja la hipocresía y carencia total de escrúpulos de los políticos, al mismo tiempo que es una invitación al ciudadano de hoy, para ejercer plenamente sus derechos.

martes, 9 de agosto de 2011

SE ACABÓ LA NOVELA


Finalmente, después de meses de propaganda insoportable y un enorme despilfarro de recursos estatales, Sandra Torres, ex primera dama de la nación, recibió el NO definitivo a sus aspiraciones presidenciales.

Era algo que ya se veía venir, o al menos esa fue siempre la esperanza de los guatemaltecos que no se dejan engañar con espejitos.  Los asesores de la ex precandidata también debieron preverlo, pero no sabemos si por un optimismo sin fundamentos, o una ambición incontrolable, jamás consideraron tener un plan B:  apostaron todo a una pésima carta, y perdieron. 

¿No hubiera sido más sensato por parte de la señora esperar cuatro años, y entonces, sin ningún obstáculo legal, inscribirse y participar en las elecciones?  Sin duda que sí, pero ella sabía que su momento era ahora, pues además de padecer una voracidad insaciable por el poder, teme, o mejor dicho sabe con total certeza, que de aquí a cuatro años habrán salido a luz demasiados negocios apestosos realizados en la actual administración, que desgastarán aun más su ya agria imagen.

Entonces, ¿Quién se atreverá a votar por la doña en 2015? Yo no lo haría ni hoy, ni dentro de cuatro ni dentro de mil años. ¿Y ustedes?