Todo comenzó en el Polígono, sitio de práctica de tiro en la antigua Escuela Naval de la Habana. Hoy nada queda de esa función castrense, pero a pesar de haberse convertido en el punto de actividades informativas, culturales y principalmente bailables, conserva el nombre militar.
El Polígono, decía, ha sido el punto de bienvenida para todos los becarios provenientes de más de 20 países, que durante más de diez años hemos llegado a Cuba con un fin común, hacernos médicos. Allí nos encontramos todos por primera vez, algunos aún adolescentes, otros adultos muy jóvenes. Nos veíamos las caras unos a otros, desconocidos, con maletas en mano, saludándonos para dar el paso de entrada a esa nueva y enorme familia.
Con los días, al ir desprendiéndonos de la nostalgia por el hogar, fuimos dándonos cuenta que éramos parte del proyecto educativo más ambicioso del continente, por encima de tintes políticos o ideológicos con los que muchos no conocedores del asunto nos tachan.
Pasamos cinco semestres en la Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM), recibiendo las llamadas Ciencias Básicas, que son las asignaturas iniciales en la carrera de Medicina. Esto, centro principal de nuestra estancia en la isla, no impidió que tuviéramos tiempo para conocer algo de lo que hay más allá de las fronteras de nuestros países. Conocimos otras etnias, culturas y lenguas, no solo a través de espectáculos culturales, sino por el contacto día a día con los compañeros de otros países.
Además de cultivar las ciencias, debíamos también dedicarnos al cuerpo a través del deporte (asignatura obligada en el pensum de la carrera), y a las artes, a través de exposiciones, galas culturales y diversas manifestaciones artísticas.
Después de dos años y medio, habiendo ya adquirido las habilidades preclínicas, llegó la hora de dejar la ELAM. Fue la primera de varias dosis de tristeza que viviríamos en Cuba, por el hecho de abandonar nuestro primer hogar en el país, así como amistades, profesores, parejas, todo horneado con el calor que solo Cuba puede ofrecer.
Llegamos a los Hospitales para realizar la etapa más larga de nuestra formación, el área clínica. Nuevamente debimos adaptarnos a otra vivienda, otros compañeros, incluso otras ciudades, pues esta parte del proyecto incluye todas las provincias cubanas, algunas situadas a más de mil kilómetros de la capital.
Esta fue sin duda la fase definitiva de nuestra formación, pues a través del contacto directo con el paciente se confirma, o se descarta en algunos casos, la vocación médica.
Fueron cuatro años rotando por todas las áreas de la medicina, abarcando las tres esferas de la salud humana: biológica, psicológica y social. Después de esos ocho semestres, la lucha que una vez pareció imposible, nos hizo sentir vencedores, al haber logrado el objetivo, ser médicos.
Hoy, cinco años después de la graduación de la segunda promoción de la ELAM (mi promoción), intento recopilar vagamente algunas de las experiencias de mi etapa cubana. Sin embargo resulta una tarea imposible, pues fueron tantas vivencias, cada una intensa a su manera, que se requeriría un libro de varios tomos para repasarlas.
Me conformaré con agradecer a Cuba por la solidaridad y el amor que nos brindó en esos años, a pesar de las enormes carencias que padece.
Además envío un abrazo cálido a todos los colegas y amigos graduados, que somos más que simples compañeros universitarios. Somos parte de la gran familia americana, asiática y africana que brinda salud en los rincones más lejanos de sus países, algunos de ellos donde nunca antes hubo un médico.
¡FELICIDADES COLEGAS DE LA ELAM!
PD: Para los lectores que no conozcan el proyecto ELAM, los invito a acceder a los vínculos siguientes (cortesía Dr. Arturo Rabito):
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