lunes, 28 de diciembre de 2015

TORTILLAS TOSTADAS

Sin padecer ningún pródromo, me vi poseído por un catarro devastador: fiebre, dolores musculares, náusea e inapetencia han sido mis acompañantes durante las últimas 24 horas.  Por eso salí temprano del trabajo y vine directo a casa.  Comí una manzana —más  por ser mediodía que por sentir apetito— y luego de tomar cuatro pastillas antigripales me tumbé en la cama. Tuve una siesta con pesadillas febriles: fui perseguido por una turba de gorilas, salté de un edificio de diez pisos y recibí una paliza con vigas de acero.  Me sentía engullido por el mal.  Por suerte, una imperiosa necesidad de orinar me despertó justo antes de que se hiciera de noche y, después de deshacerme de ella, mi estómago reclamó el almuerzo pendiente.  Fui a la cocina y abrí el refrigerador, haciendo caso omiso de la recomendación de mi abuela: nunca exponerse al frío pues esto exacerba el resfriado —al igual que ducharse, afeitarse o cortarse las uñas—. Había allí una olla con ponche de frutas,  un plato de lentejas, dos botellas de vino a medias, y en el fondo, junto al queso mozzarella, encontré lo que buscaba: una bolsa plástica con forma de torre conteniendo tortillas que yo había guardado una semana atrás. Se palpaban tiesas y húmedas.  Las saqué con el queso.  Al acercarme a la estufa vi otro paquete con forma  de torre, pero este no era una bolsa plástica, sino una toalla envolviendo más tortillas.  Estas, a diferencia de las otras, estaban tibias y se dejaban moldear con facilidad.    Encendí dos hornillas: en una coloqué el comal con las tortillas de la bolsa y en la otra la jarrilla de agua para el té.  Mientras las tortillas recicladas revivían, preparé una del día con una tajada de queso.  La saboreé, pero al terminarla preferí no preparar otra, a pesar de que el hambre apretaba.  Al final valió la pena.  Es incomparable el placer de comer tortillas viejas  tras tostarlas sobre un comal.  Después de encogerse  y perder su forma circular, adquieren una textura que se disfruta con cada mordisco, además de un dejo dulzón que no brindan las tortillas frescas. Y ni hablar del queso derretido en su interior; eso es un deleite aparte.  

miércoles, 23 de diciembre de 2015

DOS NOTAS Y MEDIA

Diciembre, siempre inolvidable. Todos corren por los regalos y se olvidan de los asuntos cotidianos.  Sin embargo, entre tantas páginas del diario atestadas de ofertas de guaro y pesebres de lujo, hay dos notas en la edición de hoy que no pueden pasarse por alto. 

La primera tiene que ver con la eliminación del Reglamento del Control de Medicamentos, publicada en el diario oficial la semana pasada.  Esta decisión hará que al menos 400 medicamentos genéricos (por lo tanto mucho más accesibles para nuestra población y nuestras instituciones) no estén más en el mercado.  Es innegable que hay muchas drogas de dudosa procedencia y efectividad, pero, ¿en qué puta cabeza cabe la idea de equipar los servicios de salud y “proteger” los derechos humanos de los pacientes con productos transnacionales que deben costear altísimos márgenes de mercadeo? Es destacable también que el principal importador  de estos medicamentos “originales” ya ha pedido a su madrina Corte de Constitucionalidad que impida cualquier acción contra esta decisión; todo por el bien de los queridos enfermos. 

La segunda nota se relaciona con otra bestialidad de igual o mayor calibre.  El Consejo Nacional de Seguridad ha propuesto construir cuatro cárceles en los próximos cuatro años, como parte del Plan Estratégico de Seguridad.  ¿Tendrán contemplado equipar estas universidades del hampa con aulas, laboratorios o  bibliotecas para perfeccionar las mañas de quienes las habiten?  Paralelamente, ¿cuántos proyectos hay para construir, durante el mismo período, nuevos servicios de salud o remodelar los ya existentes?

Por último, voy a mencionar, sin extenderme, el asesinato de un piloto de autobús por un muchacho de 13 años la semana pasada. 

Estas dos notas y media parecen sacadas de Loca Academia de Policía, o del guión de cualquier película chueca. Pero no. Son detalles de nuestro diciembre , siempre inolvidable.


De paso, ¡Feliz Navidad a todos!

jueves, 10 de diciembre de 2015

LAS RODILLAS

Las rodillas son como las amantes recién estrenadas: te llevan de paseo, hacen deporte contigo, bailan toda la noche y no emiten quejas por un buen tiempo.  Pero apenas  dan una señal de alarma hay que cuidarse, pues si se pasa por alto, se obcecan como yeguas despechadas y no se puede contar más con ellas.  A mí me sucedió. 

Siempre fui muy dado al deporte.  En la infancia y adolescencia practiqué futbol, béisbol, básquetbol, ciclismo y un poco de montañismo. Al terminar la Universidad vendí mi bicicleta  y en la edad adulta perdí el interés por los deportes de equipo.  Así, terminé practicando únicamente el atletismo, en especial la carrera.  Me dediqué a ella en forma completamente empírica, sin método establecido ni ambiciones de tiempo o distancia.  De a poco fui encontrándole el gusto y prolongando los recorridos hasta llegar a un medio maratón.  Sin embargo, la noche antes de esa primera competencia sentí el foco encenderse en mi rodilla izquierda; lo atribuí al nerviosismo propio de un principiante.  Al día siguiente todo salió bien: completé los 21 kilómetros en menos de dos horas sin exigirme demasiado.  Creí estar en buena condición física.    Descansé una semana y luego volví a correr distancias cortas, pero no volvió a ser como antes, pues la rodilla izquierda se quejaba sigilosa y continuamente, y luego también la derecha.  Con los días el dolor aumentó y me impidió correr, limitando a veces incluso mis actividades cotidianas.

Consulté con varios amigos conocedores del tema, y cada uno sugirió una posible causa del problema.  Uno planteó que mi calzado era inadecuado; otro dijo que el suelo empedrado de mi ciudad es hostil para el atletismo y que fuera al gimnasio para fortalecer los muslos, pues esta musculatura es fundamental para un corredor. El tercer experto fue más lejos al recomendarme abandonar ciertas posturas amatorias que exigen demasiado a las rodillas.  En lo que sí  coincidieron todos fue en recomendarme reposo por al menos un mes. 

Con impaciencia me he acercado al plazo,  sin llegar a cumplirlo. Hace dos semanas escalé el volcán de Acatenango con los viejos amigos montañistas. Volví a sentirme nervioso al comienzo, pero con los minutos calenté las piernas y me dejé llevar por el sendero hasta concluir el recorrido, sin dolor.  Después de eso he trotado dos veces en forma ligera, siempre sin molestias.  Espero continuar así para volver a kilometrar distancias largas.  

sábado, 5 de diciembre de 2015

LA HEBRA CORRECTA

El 6 de septiembre de 1955, dominado por  la humillación de la infecundidad, Julio Ramón Ribeyro se declara prisionero de sus viejos proyectos.  Ese día escribe en su diario: 

“Cada vez que me siento a trabajar no sé por dónde comenzar.  Cojo un cuaderno, pongo unas líneas, lo cierro para coger otro y así, entre correcciones, añadiduras, me paso la jornada sin haber podido concluir nada”. 

Así me he pasado yo los últimos cuatro años, concentrado (o talvez desconcentrado) en una maraña de estudios, trabajos, tesis, amigos, paseos, amores, desamores y otro montón de cosas que, a pesar de permanecer inconclusas, parecen ofrecer una hebra que facilite el desenredo.    Confío en tirar de la hebra correcta.