Sin padecer ningún pródromo, me
vi poseído por un catarro devastador: fiebre, dolores musculares, náusea e
inapetencia han sido mis acompañantes durante las últimas 24 horas. Por eso salí temprano del trabajo y vine
directo a casa. Comí una manzana —más por ser mediodía que por sentir apetito— y luego
de tomar cuatro pastillas antigripales me tumbé en la cama. Tuve una siesta con
pesadillas febriles: fui perseguido por una turba de gorilas, salté de un edificio
de diez pisos y recibí una paliza con vigas de acero. Me sentía engullido por el mal. Por suerte, una imperiosa necesidad de orinar
me despertó justo antes de que se hiciera de noche y, después de deshacerme de
ella, mi estómago reclamó el almuerzo pendiente. Fui a la cocina y abrí el refrigerador,
haciendo caso omiso de la recomendación de mi abuela: nunca exponerse al frío pues
esto exacerba el resfriado —al igual que ducharse, afeitarse o cortarse las
uñas—. Había allí una olla con ponche de frutas, un plato de lentejas, dos botellas de vino a
medias, y en el fondo, junto al queso mozzarella, encontré lo que buscaba: una
bolsa plástica con forma de torre conteniendo tortillas que yo había guardado
una semana atrás. Se palpaban tiesas y húmedas.
Las saqué con el queso. Al
acercarme a la estufa vi otro paquete con forma de torre, pero este no era una bolsa plástica,
sino una toalla envolviendo más tortillas. Estas, a diferencia de las otras, estaban
tibias y se dejaban moldear con facilidad.
Encendí dos hornillas: en una
coloqué el comal con las tortillas de la bolsa y en la otra la jarrilla de agua
para el té. Mientras las tortillas
recicladas revivían, preparé una del día con una tajada de queso. La saboreé, pero al terminarla preferí no
preparar otra, a pesar de que el hambre
apretaba. Al final valió la pena. Es incomparable
el placer de comer tortillas viejas tras
tostarlas sobre un comal. Después de
encogerse y perder su forma circular,
adquieren una textura que se disfruta con cada mordisco, además de un
dejo dulzón que no brindan las tortillas frescas. Y ni hablar del queso
derretido en su interior; eso es un deleite aparte.
Se lleva el techo de las casas como si se llevara un sombrero de petate (Juan Rulfo).
lunes, 28 de diciembre de 2015
miércoles, 23 de diciembre de 2015
DOS NOTAS Y MEDIA
Diciembre, siempre inolvidable.
Todos corren por los regalos y se olvidan de los asuntos cotidianos. Sin embargo, entre tantas páginas del diario
atestadas de ofertas de guaro y pesebres de lujo, hay dos notas en la edición de
hoy que no pueden pasarse por alto.
La primera tiene que ver con la
eliminación del Reglamento del Control de Medicamentos, publicada en el diario
oficial la semana pasada. Esta decisión
hará que al menos 400 medicamentos genéricos (por lo tanto mucho más accesibles
para nuestra población y nuestras instituciones) no estén más en el
mercado. Es innegable que hay muchas drogas
de dudosa procedencia y efectividad, pero, ¿en qué puta cabeza cabe la idea de
equipar los servicios de salud y “proteger” los derechos humanos de los pacientes
con productos transnacionales que deben costear altísimos márgenes de mercadeo?
Es destacable también que el principal importador de estos medicamentos “originales” ya ha
pedido a su madrina Corte de Constitucionalidad que impida cualquier acción
contra esta decisión; todo por el bien de los queridos enfermos.
La segunda nota se relaciona
con otra bestialidad de igual o mayor calibre.
El Consejo Nacional de Seguridad ha propuesto construir cuatro cárceles en
los próximos cuatro años, como parte del Plan Estratégico de Seguridad. ¿Tendrán contemplado equipar estas universidades del hampa con aulas, laboratorios
o bibliotecas para perfeccionar las
mañas de quienes las habiten? Paralelamente, ¿cuántos proyectos hay para
construir, durante el mismo período, nuevos servicios de salud o remodelar los ya
existentes?
Por último, voy a mencionar, sin
extenderme, el asesinato de un piloto de autobús por un muchacho de 13 años la
semana pasada.
Estas dos notas y media parecen
sacadas de Loca Academia de Policía, o del guión de cualquier película chueca. Pero
no. Son detalles de nuestro diciembre , siempre inolvidable.
De paso, ¡Feliz Navidad a todos!
jueves, 10 de diciembre de 2015
LAS RODILLAS
Las
rodillas son como las amantes recién estrenadas: te llevan de paseo, hacen
deporte contigo, bailan toda la noche y no emiten quejas por un buen
tiempo. Pero apenas dan una señal de alarma hay que cuidarse, pues si se
pasa por alto, se obcecan como yeguas despechadas y no se puede contar más con
ellas. A mí me sucedió.
Siempre
fui muy dado al deporte. En la infancia
y adolescencia practiqué futbol, béisbol, básquetbol, ciclismo y un poco de montañismo. Al
terminar la Universidad vendí mi bicicleta y en la edad adulta perdí el interés por los
deportes de equipo. Así, terminé
practicando únicamente el atletismo, en especial la carrera. Me dediqué a ella en forma completamente
empírica, sin método establecido ni ambiciones de tiempo o distancia. De a poco fui encontrándole el gusto y prolongando
los recorridos hasta llegar a un medio maratón.
Sin embargo, la noche antes de esa primera competencia sentí el foco encenderse en mi rodilla izquierda; lo atribuí al nerviosismo propio de un principiante. Al día siguiente
todo salió bien: completé los 21 kilómetros en menos de dos horas sin
exigirme demasiado. Creí estar en buena
condición física. Descansé una semana
y luego volví a correr distancias cortas, pero no volvió a ser como antes, pues la
rodilla izquierda se quejaba sigilosa y continuamente, y luego también la
derecha. Con los días el dolor aumentó y me impidió correr, limitando a veces incluso mis actividades cotidianas.
Consulté
con varios amigos conocedores del tema, y cada uno sugirió una posible causa
del problema. Uno planteó que mi calzado
era inadecuado; otro dijo que el suelo empedrado de mi ciudad es hostil para el
atletismo y que fuera al gimnasio para fortalecer los muslos, pues esta musculatura es fundamental para un corredor. El tercer experto fue más
lejos al recomendarme abandonar ciertas posturas amatorias que exigen demasiado
a las rodillas. En lo que sí coincidieron todos fue en recomendarme reposo
por al menos un mes.
Con
impaciencia me he acercado al plazo, sin llegar a cumplirlo. Hace dos semanas escalé el volcán de Acatenango con los viejos amigos montañistas. Volví
a sentirme nervioso al comienzo, pero con los minutos calenté las piernas y me
dejé llevar por el sendero hasta
concluir el recorrido, sin dolor. Después
de eso he trotado dos veces en forma ligera, siempre sin molestias. Espero continuar así para volver a kilometrar
distancias largas.
sábado, 5 de diciembre de 2015
LA HEBRA CORRECTA
El 6 de septiembre de 1955, dominado por la humillación de la infecundidad, Julio Ramón Ribeyro se declara prisionero de sus
viejos proyectos. Ese día escribe en su diario:
“Cada
vez que me siento a trabajar no sé por dónde comenzar. Cojo un cuaderno, pongo unas líneas, lo cierro
para coger otro y así, entre correcciones, añadiduras, me paso la jornada sin
haber podido concluir nada”.
Así me he pasado yo los últimos
cuatro años, concentrado (o talvez desconcentrado) en una maraña de estudios,
trabajos, tesis, amigos, paseos, amores, desamores y otro montón de cosas que, a
pesar de permanecer inconclusas, parecen ofrecer una hebra que facilite el
desenredo. Confío en tirar de la hebra correcta.
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