El 6 de septiembre de 1955, dominado por la humillación de la infecundidad, Julio Ramón Ribeyro se declara prisionero de sus
viejos proyectos. Ese día escribe en su diario:
“Cada
vez que me siento a trabajar no sé por dónde comenzar. Cojo un cuaderno, pongo unas líneas, lo cierro
para coger otro y así, entre correcciones, añadiduras, me paso la jornada sin
haber podido concluir nada”.
Así me he pasado yo los últimos
cuatro años, concentrado (o talvez desconcentrado) en una maraña de estudios,
trabajos, tesis, amigos, paseos, amores, desamores y otro montón de cosas que, a
pesar de permanecer inconclusas, parecen ofrecer una hebra que facilite el
desenredo. Confío en tirar de la hebra correcta.
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