jueves, 10 de diciembre de 2015

LAS RODILLAS

Las rodillas son como las amantes recién estrenadas: te llevan de paseo, hacen deporte contigo, bailan toda la noche y no emiten quejas por un buen tiempo.  Pero apenas  dan una señal de alarma hay que cuidarse, pues si se pasa por alto, se obcecan como yeguas despechadas y no se puede contar más con ellas.  A mí me sucedió. 

Siempre fui muy dado al deporte.  En la infancia y adolescencia practiqué futbol, béisbol, básquetbol, ciclismo y un poco de montañismo. Al terminar la Universidad vendí mi bicicleta  y en la edad adulta perdí el interés por los deportes de equipo.  Así, terminé practicando únicamente el atletismo, en especial la carrera.  Me dediqué a ella en forma completamente empírica, sin método establecido ni ambiciones de tiempo o distancia.  De a poco fui encontrándole el gusto y prolongando los recorridos hasta llegar a un medio maratón.  Sin embargo, la noche antes de esa primera competencia sentí el foco encenderse en mi rodilla izquierda; lo atribuí al nerviosismo propio de un principiante.  Al día siguiente todo salió bien: completé los 21 kilómetros en menos de dos horas sin exigirme demasiado.  Creí estar en buena condición física.    Descansé una semana y luego volví a correr distancias cortas, pero no volvió a ser como antes, pues la rodilla izquierda se quejaba sigilosa y continuamente, y luego también la derecha.  Con los días el dolor aumentó y me impidió correr, limitando a veces incluso mis actividades cotidianas.

Consulté con varios amigos conocedores del tema, y cada uno sugirió una posible causa del problema.  Uno planteó que mi calzado era inadecuado; otro dijo que el suelo empedrado de mi ciudad es hostil para el atletismo y que fuera al gimnasio para fortalecer los muslos, pues esta musculatura es fundamental para un corredor. El tercer experto fue más lejos al recomendarme abandonar ciertas posturas amatorias que exigen demasiado a las rodillas.  En lo que sí  coincidieron todos fue en recomendarme reposo por al menos un mes. 

Con impaciencia me he acercado al plazo,  sin llegar a cumplirlo. Hace dos semanas escalé el volcán de Acatenango con los viejos amigos montañistas. Volví a sentirme nervioso al comienzo, pero con los minutos calenté las piernas y me dejé llevar por el sendero hasta concluir el recorrido, sin dolor.  Después de eso he trotado dos veces en forma ligera, siempre sin molestias.  Espero continuar así para volver a kilometrar distancias largas.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario