miércoles, 9 de mayo de 2018

SABADO POR LA TARDE Y DOMINGO TODO EL DÍA



La avenida 18 de julio se llama así en memoria de la fecha en que se firmó la constitución del Uruguay, en el año 1830. Esta divide en dos la porción sur de Montevideo.  Esta avenida me genera varias reminiscencias. La primera que viene a mi mente, por la cercanía, por la abundancia de comercios, por los teatros y salas de concierto, y por su inclinación descendiente hacia la orilla del puerto, es la avenida Corrientes de Buenos Aires, al punto que hay tramos en los que uno podría dudar si se encuentra del lado acá o del lado allá del Río de La Plata; también la asocio, por el descenso y por la abundancia, no tanto de comercios sino por la cantidad de plazas y cines, con la avenida 23 del Vedado en La Habana que, igual que esta, desciende por La Rampa hacia el Malecón que aquí se llama Rambla; y por último, la denominación numérica me hace pensar en la 18 calle de la zona uno, en el centro de la capital de Guatemala. 
A pesar de la cifra coincidente y de la aglomeración de comercio, tanto formal como informal, de los peatones y del tráfico vehicular que abunda durante la semana, no existen, a partir del mediodía del sábado dos ciudades más distintas que Montevideo y Guatemala.  En mi país, el fin de la jornada laboral hace que las calles se llenen de gente, ya sea para ir de compras, para comer o beber, o por simple flâneurismo, pero aquí eso es impensable.  A las catorce horas del sábado, los comercios cierran y la ciudad se transforma en territorio fantasma que da prioridad al silencio y a las actividades intramuros.  Las plazas quedan desiertas, los semáforos pestañean sin vehículos a quienes regir y las hojas caídas de los árboles, única prueba de que a pesar de los chubascos y las tardes soleadas estamos en otoño, generan el único sonido que salta de una acera a otra sin que nadie las escuche volar. 
            Este rasgo semanal, que no es exclusivo de la capital uruguaya, sino que también asola a Buenos Aires y a Santiago de Chile, se extiende a las ciudades del interior y puede deberse a la impronta europea que valora el ocio por encima de la necesidad de trabajar horas extra.  A favor de esto puedo decir que el 1 de mayo el fenómeno se reprodujo en escala incluso mayor, con el silencio apenas roto por los manifestantes que desfilaban en recuerdo del origen lamentable de esta efeméride por los mártires de Chicago en 1886. 
El fenómeno se repite o quizás se exacerba el domingo.  Lo ideal ese día es, desde luego, quedarse en casa; pero si se antoja dar un paseo, hay dos posibilidades según la hora. 
            Si es de mañana y no llueve, lo mejor es acercarse a la calle Tristán Narvaja.  De lunes a sábado, esta calle tiene tiene un tránsito vehicular moderado que no llega al exceso de las avenidas principales,  y alberga, en los alrededores de la facultad de psicología, una docena de librerías que, entre ejemplares nuevos y usados en buenas condiciones, ofrecen títulos muy atractivos.  El domingo aquí —pero no solo aquí sino en un par de kilómetros a la redonda— el barrio se vuelve peatonal por la feria (mercado dirían en otros lugares) que se articula con una serie de timbiriches que alojan a vendedores de cualquier cosa, empezando por los comestibles: frutas y verduras, queso, carne, chorizo y especias, pero mucho más, pues también puede encontrarse ropa nueva y usada, recuerdos de viaje, utensilios de cocina, parrillas de todo tamaño, equipos de sonido, herramientas tipo martillo, tijeras, machetes, tubos, clavos y tornillos, artículos de aseo personal, ropa y perfumería;  tocadiscos, vinilos y casettes; baúles, cristalería de alcurnia, juegos de té, repuestos para ventiladores, lavadoras, computadoras y vehículos motorizados, entre miles de artilugios de otras épocas que en muchos casos solo son valiosos para coleccionistas.   Y ni hablar del mercado de libros usados que se forma, en doble pasillo, sobre la calle Paysandú, donde pude adquirir, a precios ínfimos, ediciones viejas de algunas joyas que se me habían escurrido durante años incluso en librerías de primera línea: Katherine Mansfield, Dino Buzzati, Francis Scott Fitzgerald, Allan Sillitoe, Rubem Fonseca y una antología de poesía latinoamericana. La lluvia puede disminuir la oferta de la feria (o cancelarla por completo en el caso de los libreros), pero la esencia se mantiene todo el año y es un atractivo cardinal de la ciudad.   
            A medida que el domingo rebasa el mediodía, los vendedores van levantando su mercancía y empiezan a marcharse; es hora de buscar un puesto de chorizos, empanadas o panchos (hot dog) para no quedarse con la barriga vacía pues la oferta de restaurantes o cafeterías es muy escasa en la tarde.  Luego, el destino es la Rambla donde sus muchos kilómetros son sitio de encuentro para tres actividades básicas: el flirteo entre parejas de toda edad, la pesca, muy practicada en forma familiar, y el deporte, ya sea en carrera pedestre, en bicicleta, ejercicio anaerobio con equipos instalados en la vía pública y futbol o básquet en algunas explanadas sobre la ribera del río.  Todas, ya sea en su desarrollo o al finalizar, se acompañan con el gusto amargo y quemante del mate, rasgo flagrante de la identidad uruguaya que se bebe hasta que se hace de noche o, si hay suficiente agua caliente, un poco más tarde. 

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