En apenas treinta
años de estar entre nosotros, el virus que desencadenó una batalla legal y sobre
todo económica entre Estados Unidos y Francia, ha sido un parteaguas que nos ha
enseñado muchísimo, obligándonos a replantear todo lo que habíamos aprendido en
los siglos previos sobre cómo abordar las enfermedades infecciosas. Al principio, resultar positivo para el
virus era una condena a muerte, tanto por el mal pronóstico clínico debido a la
carencia de herramientas diagnósticas y tratamientos, como por el estigma social
que ha llevado al suicidio a muchos pacientes. Por
desgracia esto último aún sucede.
En condiciones
ideales, ser VIH positivo (que no es lo mismo que padecer el SIDA, término que
se busca reemplazar por VIH avanzado debido al estigma que provoca) no es sinónimo de muerte, y solo implica ser
portador de una infección crónica que requiere disciplina al tomar los
medicamentos, con los que el paciente puede morir de problemas de la tercera
edad como cualquier persona no infectada, al menos en un entorno medianamente
civilizado. Con dos citas médicas al año, el paciente puede vivir tranquilo y
llevar su vida como si nada, apenas tomando un par de comprimidos cada día.
Este año la situación
se complicó. Debido al cierre del
transporte entre el interior y la capital de país, los controles de laboratorio
quedaron postergados y mucha gente no tuvo acceso a sus medicamentos y citas de
control, que en Guatemala siguen, por desgracia, muy centralizados. También disminuyó la captación de nuevos
casos en los peores meses de la pandemia, y muchos pacientes se perdieron y fallecieron
sin reporte a sus clínicas de control. Lo mismo pasó en todo el mundo con los programas de
dengue, tuberculosis y enfermedades transmitidas por agua y alimentos, propias de los países pobres. Toda la atención se ha centrado en el
coronavirus, haciendo aún más pobre el escaso apoyo a los programas para
combatir las enfermedades que siguen matando a millones de personas en el
submundo: pandemias eternas y silentes
con más muertes acumuladas, pero sin tanta pompa mediática. Y mientras el mundo corre por una vacuna contra
el virus que ha causado un millón y poco de muertes a nivel global, todos
seguimos esquivando la mirada. Y no hablo del Africa subsahariana, donde miles
de personas mueren cada día por hambre o infecciones que no son nuevas, sino de
zonas urbanas de toda América Latina, pero al no ensuciar a los centros de
poder, pueden seguir esperando por algunos siglos más.
Las enfermedades
infecciosas, incluyendo al VIH y al coronavirus, siempre van a estar un paso adelante
de nosotros, hay que entenderlo de una vez y aceptar que no importa qué descubramos,
compremos o inventemos, la vida siempre encontrará formas de continuar sobre la
tierra con o sin los humanos, que quizás con un par de decenas de miles de años
ya hemos tenido suficiente.
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