En estos días volvió a
sonar en redes el tema de la Semana Santa en Guatemala y su posibilidad de
llevarse a cabo en medio del contexto que venimos viviendo desde hace dos años. A estas alturas, nadie quiere hablar del
tema y todos deseamos pasar la página. También se sabe que hay
mucha gente vacunada y que quienes no la han recibido es por decisión propia, conscientes
del riesgo vital que esto representa: cada quien se mata con su propia mano.
Sin embargo, sigue resultando imprudente la insistencia
de las hermandades y grupos coordinadores de las actividades de Semana Santa para
llevar a cabo los eventos. Su postura la
justifican con que los bares están llenos de gente bebiendo, las playas
rebalsan de bañistas, y los buses y aviones ya funcionan a la capacidad
normal. En los dos primeros casos son acciones
de responsabilidad individual, y el último es una actividad comercial, necesaria
para que la sociedad funcione. Y si
todos estos negocios han reactivado sus ingresos, ¿por qué ellos no pueden?
Las procesiones son algo distinto. A pesar de haberme
criado en el ambiente cristiano-católico antigüeño, y de que la nostalgia en
esas fechas empuja a revivir las actividades de mi infancia, no puedo pasar por alto que son eventos masivos,
pasionales donde, por más que se intente controlar a los participantes dentro
del desfile, afuera, en las banquetas, habrá hacinamiento por las ganas acumuladas
durante dos años de sequía: veremos familias enteras con niños de pecho y con
ancianos, turistas de otros países con cámaras de fotos y turistas nacionales
con la cerveza en la mano, muchos de ellos sin mascarilla y ajenos a las
disposiciones de los organizadores, quienes serán insuficientes para llamar a
la cordura.
Al final, y dado que estamos hablando de eventos piadosos
donde se busca negociar indulgencias a través de la conexión directa entre el creador y sus fieles,
se me ocurre proponer lo siguiente: Si
Cristo fue el primer visitador de enfermos e intercesor por las almas de los desahuciados,
y aquí en Guatemala tenemos a la mano el ejemplo del Santo Hermano Pedro, ¿qué
tal si, antes de cada turno procesional con capirote, mascarilla, túnica,
cinturón y guantes de cucurucho, cada devoto ofrece, en memoria de la pasión de Cristo, un turno en el área covid de los hospitales con gorro, careta,
traje impermeable y guantes antisépticos, ayunando durante las mismas seis u
ocho horas que caminará escuchando marchas fúnebres y llorando en memoria de los
hermanos cargadores fallecidos durante la pandemia? Sería algo muy grato ante sus ojos. No hace falta ser médico ni especializado en ciencias de la salud. Vendría bastante bien, en cualquier hospital
público del país, la mano de obra para llenar papelería, asear enfermos
conectados al respirador, cambiar pañales o empujar camillas, ya sea con pacientes
que ingresan o con cadáveres para seguir amontonándolos en las morgues.
¿Qué dicen, católicos?
Me parece atinado el planteamiento previo....la propuesta es un sueño!
ResponderEliminarNo porque carezca de lógica, sino porque es fácil decir que somos que realmente serl
Si a la humanidad de unir lri
Si a la humanidad se uniera la espiritualidad, ni siquiera pensarían en tal desproposito.....pero el show de e continuar.....triste ..triste
ResponderEliminarCorrectisimo la manera de sentir y entender el sacrificio del Señor atendiendo esta propuesta
ResponderEliminarMagnífica idea!
ResponderEliminarEs una buena propuesta. Eso sería aplicar lo que predican.
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