domingo, 6 de marzo de 2022

Aromas de temporada

 

Llevo semanas buscándolo.  No aparece en el mercado de flores en la zona 3 de la capital, ni en los puestos de flores frente al Cementerio General, al costado del Calvario de Xela, ni en La Antigua.  Pensé que ahí lo encontraría, y tampoco.

            Entro al mercado buscando frutas, verduras y queso de capas mezclado con chiltepe para comer con tortillas negras doradas al comal. Mi nariz percibe su aroma y de inmediato voy tras él.  Hago rápido las compras y voy a buscarlo.   La mañana avanza rápido. Cada vez hay más gente. Los pasillos de carnicería y marranería resultan estrechos para moverme con mis bultos. La gente va y viene entre las paredes, ambas ocupadas por patojas de traje típico sentadas en el piso, que ofrecen sus canastos con ejote, tomate, limón, aguacate, y las bolsas que mezclan zanahoria y papa picadas con arveja, listas para lanzarse al agua hirviendo y dar sabor al caldo.  Los carniceros gritan ofreciendo lomito, puyazo, lengua, panza o bofe.

            Salgo del tumulto con la nariz revuelta, la mezcla de sangre con desinfectante de lavanda, y llego al sector de las flores.   Está ahí, en todos lados, pero no logro definir de dónde viene.  Me detengo, vuelvo atrás para beber un vaso de agua de coco y limpiarme la boca. 

            Retomo y hablo con la mujer del primer puesto que encuentro.  No vende flores sino candelas: hay blancas y alargadas como un dedo kilométrico para hacer la primera comunión, y gruesas como un cirio para la noche del Sábado de Gloria. También hay chibolas, tetuntes y bultos de todos colores.  No son perfumadas, la cera es su fragancia. Le hablo a la mujer, no reacciona.  Vuelvo a hablarle y no me escucha hasta que un ronquido de ella misma la hace despertar.  Le pregunto si sabe dónde puedo encontrarlo, y bostezando, sin terminar de abrir los ojos, estira el brazo derecho indicándome que siga el pasillo.

            Avanzo y hablo con dos vendedores.   Tienen sobre la mesa un rollo de alambre, tenazas y un bulto gigante de estaticias. Arman tanto ramos pequeños que caben en la palma de una mano, como arreglos tan grandes que deben cargarse con ambos brazos, apoyado contra el pecho.   Hay blancas, lila y rosadas, predomina el morado.  Vuelvo a preguntar y me indican que no tienen, que gire a la derecha y que allí quizás encuentre.  Sigo la indicación, vuelvo a preguntar y tampoco hay.  Vuelven a dirigirme adelante, he recorrido todo el segmento de las flores hasta llegar al mismo punto sin encontrarlo, cuando el olor es cada vez más intenso. 

            Vuelvo a hacer el círculo, más despacio esta vez. Detengo la vista en cada puesto de ventas, lo huelo y no lo veo.   El vendedor que monta los arreglos me mira y sonríe.   Me pregunta si busco corozo y le digo que sí.  Abandona su trabajo y saca, de debajo de su mesa, un pedazo de cartucho de corozo que usa como base para sus arreglos, lo raja con su cuchilla y me lo ofrece.  Lo tomo y el olor me llena los ojos, la nariz y la boca.  Me dice que este año no ha crecido, que los cartuchos son de hace meses y que con el frío que hace este marzo, ve difícil que haya cosecha. 

            Exhalo y bajo la cabeza.  El tipo nota mi tristeza y me ofrece el retazo de cartucho para llevármelo. Pregunto cuánto es, me dice que no es nada, pero al final se lo devuelvo.  No dudo que él le hallará más utilidad que yo. 

             

 


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