Después
de un par de meses escribiendo para evocar olores, sabores y sonidos de un pasado donde
existía la felicidad colectiva en las tradiciones de mi pueblo, aterrizo
de vuelta en mi día a día: el proceso salud-enfermedad, a través de la
enfermedad de moda durante el año pasado y lo que llevamos de este.
Tuve una desconexión por algunos
días que me hizo olvidar las sensaciones que se viven al pasar la madrugada en
el área de aislamiento respiratorio. Todo
comienza la tarde anterior con la restricción hídrica y dietética requeridas
para pasar seis horas interminables envuelto en varias capas impermeables donde
está prohibido sentir deseos de ir al baño.
Luego viene el tedio de ponerse encima mil trajes que hacen sudar como
en un sauna, y ya adentro de la sala de intensivo, sentir un gusto agrio/amargo/seco
en la boca y la lengua pastosa pegada al paladar, mezcla de la falta de
líquido, del ayuno, del peso de la máscara sobre la frente y las orejas, y del
olor y el sabor del cubreboca de plástico, sazonados con la mucha muerte que se ve
y se respira alrededor.
Con suerte habrá algún momento libre
sobre las cuatro o las cinco am, que podría aprovecharse para un pestañazo de
diez o quince minutos, algo habitual en cualquier guardia médica para tonificar
el cuerpo y continuar trabajando por las horas que sean necesarias. En mi caso es imposible tomar esos descansos
breves. Apenas cierro los ojos, la fatiga
me hace dormir casi de inmediato, pero apenas desconecto y relajo la
musculatura respiratoria, un golpe de pánico me trae de vuelta en forma brusca,
como un pellizco de la neurosis que sigue (y seguirá) viviéndose en las áreas
de cuidad crítico, exacerbada por la retención de dióxido de carbono que se
genera al respirar por tantas horas un aire tan viciado.
Devaneos de un amanecer de domingo tan
soleado como yermo y tan brillante como doloroso, que se extienden en mi cuaderno
mientras intento dormir para recuperar algo del sueño perdido (es en vano: si ningún tiempo puede recuperarse, el sueño
perdido es el más cruel, pues su falta se acumula durante los años hasta minar en
forma irreparable la energía vital del desvelado).
Tampoco puedo hablar de pesadillas. Es la vida real para muchos colegas que debemos
replantearnos cómo seguir haciendo medicina en estos años, como único oficio que
sabemos llevar a cabo.
Puta, mano, qué fuerte. Y eso que apenas hablás de un pequeño aspecto, el del sueño acumulado y la fatiga, sin entrar en detalles. Tu "venganza" vendrá después, cuando todo esto pase, y que entonces podrás extender las alas y respirar, respirar profundamente, como un náufrago. Te dejo un abrazo, mano. Bello apunte que te echaste.
ResponderEliminarQué duro Leo, de verdad, solo describir esas horas con ese traje, deshidratado. Son héroes ustedes
ResponderEliminar