Cuando
empezaba a estudiar medicina sufrí lo que yo llamo el síndrome del médico
principiante: cada enfermedad que leía en el libro y que luego descubría
encarnada en mis pacientes creía padecerla yo mismo. Así llegué a pensar que había desarrollado
diabetes mellitus, hipertiroidismo, algunos tipos de psicosis y, como es frecuente en los años universitarios, alguna infección venérea. Cada vez que me hacía estudios buscando el diagnóstico
resultaban negativos, y con el tiempo me di cuenta de que no era el único en
sugestionarme, ya que otros compañeros habían pasado por lo mismo, todos con
distintas dolencias que nunca fueron reales sino pura imaginación.
Hoy, quince años después, he vuelto
a padecer el síndrome. Debido a la
emergencia sanitaria actual, y en mayor medida por la neurosis global
que la infla (quizás la mayor que ha padecido la humanidad), he presentado tos,
fatiga al caminar, dolores musculares y sensación de fiebre. Algunas noches me ha resultado difícil dormir por la idea de estar incubando al virus, y otras, más incómodas aún, he
despertado a las tres de la mañana sin lograr retomar el sueño. Esto último no está descrito ni asociado a la enfermedad, pero es algo común en un gran número de médicos. Somos
muchos los colegas que hemos perdido el patrón normal de sueño en los últimos
meses, con los efectos nocivos que esto genera en el ánimo y en el desempeño
laboral (el Gabo se adelantó al mencionar la peste del insomnio en su novela más leída, que daba paso a algo muy probable para nuestro futuro cercano: el olvido y la idiotez sin pasado).
Volviendo a los síntomas, podrían
ser somatización secundaria a la ansiedad general, alguna infección banal, o quizás sí fueron propios de la enfermedad, pero gracias a mi sistema inmune, he quedado entre la gran mayoría
de casos a nivel global para adultos jóvenes sin enfermedades asociadas: un resfriado, o menos que eso en muchos
casos.
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